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Empieza este mes de ayuno familiar y hartazgo taurino y con lo primero que nos merendamos es que esta crisis que nos está desangrando por momentos, no respeta a nadie, ni tan siquiera al Santo Patrón. Un hombre piadoso al que los ángeles le hacían el trabajo en el campo. Pero ya digo que la situación no distingue entre la bondad y el pecado y éste no tiene límites. ¿Quién se ha atrevido a robarle los bueyes a Isidro? y es más ¿quién se ha atrevido a soltarlos en la plaza de Madrid como si fueran toros de lidia? Pues alguien con muy mala baba, está claro. No se han esforzado ni en camuflar el fraude, les han puesto unas tiras de colores, han anunciado que eran de la ganadería de El Cortijillo y pa’lante, como los de Alicante. Para ser bueyes han sido muy bravos, pero como toros dejaban bastante que desear. Les molestaba todo, el palo del picador, las banderillas y todo lo que sucediera cerca de los terrenos de toriles. Pensé que alguno de ellos merecía ser dibujado, pero sin el arado o el carro detrás, no decían demasiado. Pero esto no iba a ser problema, seguro que los de las medias rosas o los montados a caballo presentarían argumentos suficientes para ser retratados mostrando su idea del toreo. Pero a veces uno se pasa de optimista. Toda una tarde para encontrar inspiración solamente en los pases de recibo de Miguel Abellán a su primero. Le mostró la muleta de lejos, y rodilla en tierra se fue sacando al de El Cortijillo hacia fuera a base de pases por bajo; derechazos y trincherazos alternados por uno y otro pitón, con cierta cadencia, torería e incluso temple y cierto mando. Tampoco mucho, no fuera a ser que el animalito se desparramara. Pero al menos lo suficiente para llevarnos un detallito a la boca; o mejor dicho, al pincel.
Trincherazo de Abellán rodilla en tierra De los demás poco se puede decir, incluido el madrileño, quien aparte de este destello, ha andado perdido toda la tarde. Común a los tres espadas, Miguel Abellán, Leandro y el confirmante Antonio Nazaré, ha sido el caos en el ruedo, la ausencia más absoluta de cualquier asomo de lidia, la falta de colocación y de ese ánimo necesario que evite que la tarde sea un trámite de ir y venir de bueyes, de estar un ratito ahí para que parezca algo y punto. Abellán mantiene esa actitud de “hoy no me apetece” y de frialdad de la que lleva haciendo gala hace años, como si pensara que ya vendrán días mejores. Leandro ha paseado su palmito de artista por el ruedo venteño, pero en ningún caso resultaba creíble. Más bien recordaba a los toreros de opereta que aparecen en un escenario poniendo poses y en actitud histriónica. Nazaré ha pasado como si no hubiera venido. Como sus compañeros, ha mostrado un toreo distante, periférico que dicen ahora, en el que Leandro se ha llevado el premio al contorsionista de la tarde. La terna se ha cansado de dar pases echando al toro para afuera, siempre siguiéndole, aunque este les llevara a la misma puerta de toriles. Espadazos caídos, pinchazos saliéndose y con muy poco convencimiento. Pesados, alargando innecesariamente la faena, como si pretendieran que los asistentes se replantearan eso de ir todos los días a la plaza. Nazaré rompió esta tónica intentando un arrimón digno de cualquier feria de una plaza de talanqueras, pero claro, si esto se hace delante de uno de los bueyes del Santo, lo más que podía pasar es que los ángeles se los llevaran en volandas. |
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