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Si alguien lee la ficha de la corrida del 10 de junio, igual piensa que la tarde estuvo bien y que el público se divirtió, pues bueno sí, aunque no exactamente. Tampoco fue uno de esos bodrios con que nos ha castigado el destino en esta serie de ferias encadenadas. ¿Quizás fallaron los de Javier Pérez Tabernero? Pues tampoco. Los toros iban y venían, algunos fueron, como se dice ahora, buenos colaboradores para el torero, nobles, muy nobles, pero sin esa emoción que se supone cuando está presente el toro. ¿Serían los espadas? Pues ni sí, ni no. Pedirle a Antonio Ferrera algo diferente a sus carreras en banderillas y a los banderazos con que nos obsequia cada tarde, es una tarea complicada. Rubén Pinar ha desplegado todo su repertorio de toreo vulgarote, ventajista y lleno de retorcimientos, aunque en alguna fase tampoco ha sido para tirarse de los pelos. Lo de la oreja ya es otro cantar, aunque la gente la ha pedido. Para mí el mejor ha sido el madrileño Sergio Aguilar, del que no se puede decir que haya estado mal, ni mucho menos. Ha citado casi siempre con la pierna adelantada, ha presentado la muleta plana y no se ha refugiado en esas triquiñuelas modernistas para enfrentarse a sus toros, pero será por el toro, que sí, o por él, que puede, que ha transmitido demasiada sosería. A lo mejor necesita dar la sensación de estar más a merced del toro, aunque es un torero que jugándose la cornada, se desenvuelve con tal frialdad que no parece lo que es.
A Robles también le acusaron de frialdad Esta situación me ha hecho recordar a un gran torero al que también se lo colgó en algunos casos el cartel de frío. Y no es otro que Julio Robles. Tenía un toreo muy puro, muy de verdad y en el que el toro gozaba de muchas ventajas, pero su toreo tan perfecto, muchas veces no llegaba con la fuerza y la intensidad que merecía. Manejaba la muleta con mucha facilidad, tiraba de los toros llevándolos muy toreados, erguida la figura y sin aspavientos. Pero al final acababa llegando al aficionado. Sea por el toro del momento, sea por su indudable calidad, cuando toreaba, todo el mundo se levantaba de sus asientos. Podría haber elegido una imagen con su toreo de capote, pero no habría sido un buen ejemplo, ya que paradójicamente, ahí sí que la conexión con el tendido era más rápida. Puede que fuera porque ya se estaba sobre aviso. Pero a pesar de esta frialdad el toreo de Julio Robles nunca era de ni sí, ni no, ni todo lo contrario. |
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