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Los toros del frío enana tarde helada y de un gris aplastante. Los de Bañuelos sin dar ni una facilidad a los toreros, y el de Adelaida Rodríguez tampoco quiso desentonar. Si unimos las complicaciones del ganado a la ineficacia lidiadora de aquellos a los que esto correspondía, obtenemos el resultado en el que Víctor Puerto, El Capea y Jairo Miguel no salen demasiado bien parados. Puerto buscando acoplarse sin conseguirlo, lo mismo aquí que allá, dando trapazos desganados, en su segundo tanteando a un toro que no era fácil, pero al que él decidió ponerle el cartel de imposible; El Capea buscando no se sabe qué, por lo que tampoco podemos asegurar si su búsqueda ha sido fructífera o no, con una incapacidad absoluta para ver las condiciones del ganado, con un toreo que no molesta en absoluto al toro, pero que trae como consecuencia que éste se ponga pesado, complicando la existencia al salmantino; y Jairo Miguel intentando agradar a los fieles que le han seguido hasta Madrid. Nada con el parado y aquerenciado primero y menos en el último, abusando del pico y las contorsiones, y viendo como evitar el molesto viento.
Otero, un torero de azabache con los palos Llevábamos una tarde sin nada que llevarnos a la boca y aguantando con un espléndido par de Ángel Otero, con mucho riesgo para el torero. El de Bañuelos se había ido decididamente a toriles después de varios intentos para colocarlo en suerte. A nadie se le pasaba por alto que iba a ser una empresa casi imposible sacarlo de esa querencia, y casi solo cabía clavar los palos como fuera. Pero allí se plantó Ángel Otero, citó y aguantó el arreón del toro asomándose al balcón, clavando en todo lo alto y saliendo del compromiso limpiamente.
Lipi, de azabache, sintiéndose torero Hasta el sexto toro no se ha producido otro momento para recordar. En este caso el espigado Lipi ya había dejado un estupendo par con mucho compromiso, pero en ese momento se presentó la musa de los toreros. Tomo de nuevo los palos y a partir de ahí demostró a toda la plaza lo que es sentirse torero. Empezó a dejarse ver, pero el toro estaba más pendiente de los capotes. Lipi plegó los palos en señal de renunciar a la pelea, de momento; el toro se fijó en él y entonces armó ambos brazos, se dejó ver, enceló al toro, le citó de lejos, no se arrancaba, siguió mostrándose y cuando logró provocar la arrancada se fue hacia el animal que venía como un vendaval, le ganó la cara, cuadró en la cara y con los palos juntos los dejó en el hoyo de las agujas entre los aplausos de un público conmovido. El par fue enorme, pero el ver a un hombre sentirse torero siempre consigue emocionar. Saludó montera en mano y ya tapado en el burladero se abrazó con Ángel Otero. Era el saludo de dos toreros de azabache. |
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