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Cuando entré en la plaza tuve que frotarme los ojos y pedirle a una de las acomodadoras que me pellizcara, a lo que ni me ha contestado y se ha limitado a mirarme con asombro displicente y se ha dado media vuelta. Luego he intentado explicarme, pero no sé si hubiera sido mejor dejar que pensara que era un descarado o dejarla con la certeza de que era otra cosa peor. Pero el caso era que al asomarme a ver el ruedo he podido ver como un montón de operarios metían sus palas en el enorme charco en medio de un tremendo barrizal, que la lluvia había plantado en medio del ruedo. Llenaban un volquete tras otro de un espeso chocolate, que a la infantería con palas les cubría los tobillos. Sinceramente nunca pensé que fuera a dar comienzo la corrida, pero la alta tecnología aplicada a base de palas, escavadora, volquete, cepillos y rastrillos ha hecho posible que diez minutos después de la hora anunciada, el señor presidente sacara su pañuelo. Nuestro gozo en un pozo y cuando ya pensábamos que se iba a organizar un concurso de castillos de arena, como si estuviéramos en una playa del Mediterráneo, hemos visto aparecer en el ruedo a la pareja de alguacilillos. La noticia era que al final, ¡había toros!
Al fin hubo toros Nunca pensé que entre los momentos más destacados de una tarde, uno de ellos iba a ser el momento del despeje. Y poco más han dado de si los de los Bayones. Poca casta, casi nula bravura y algunos con la nobleza necesaria que permitiera que los de luces se lucieran. Otra cosa es que se aprovechara la ocasión. Rafaelillo sigue con ese tic de torear a todo como alimañas tobilleras, ya sea un Victorino, un Domecq, el sacristán de la Almudena o una taquillera del Metro; todo lo torea igual. Aunque sí que ha podido ser testigo de excepción cuando en su primero un banderillero, José Mora, se ha visto picado por la curiosidad, ha abierto el ventanal del toro, ha corrido las cortinas y con dos palos en la mano se ha asomado al balcón; ha saludado al vecindario y, ya de paso, ha dejado un gran par de banderillas.
El gran primer par de José Mora Matías Tejela nos ha obsequiado una faena con el sello de la casa, muy modernista, con truco y en las lejanías, que seguramente le habría valido una orejita, pero que con sus dos bajonazos ha dejado claro que hoy no estaba para pasear despojos. Diego Urdiales por su parte ha hecho quizás lo más torero de la tarde, muy voluntarioso, intentando hacer las cosas de verdad, pero o aprende a pegar trapazos, que Dios no lo permita, o cambia a la persona que saca los papelillos del sombrero. No se puede tener peor suerte. Seguramente que le habría servido hasta un manso de libro, solo necesitaba que no se le cayera, pero con esa suerte en los sorteos, poco más se puede hacer. |
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