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La tarde podía haber sido perfecta, pero no lo fue, ¿qué le faltó? Pues otro matador banderillero. Así se nos quedó el ánimo a medias y no pudimos disfrutar en los seis toros de esas carreras, esos saltos y esos pares, todos por el mismo pitón, cuando el toro ya ha pasado hace rato. Quizás no haya sido demasiado preciso al hablar de toros y debería haber empleado el término ciervos; animales escurriditos, de pocas carnes y menos músculos, pero con una cornamenta más que escandalosa, que lucían los mansos y descastados pupilos de Samuel y familia. Solo se salvó el sobrero de Los Chospes, no por no mansear, que manseó, sino porque al menos tuvo el detalle de acudir a la muleta como lo hacen los bravucones. Abantos casi todos, sin que nadie entre sus lidiadores hiciera por minimizar este defecto. Lástima de ganadería que en otros tiempos era considerada de las duras y que aparecía en la feria en la semana torista y era lidiada por matadores avezados en pelear con el toro. El cartel casi era de banderilleros, Juan José Padilla, Antonio Ferrera y César Jiménez, que parece que no está muy dispuesto a correr por el ruedo con dos palos en las manos. Padilla vino a poner banderillas y poco más, pero ni eso. Muy movido con el capote, ausente en la lidia e incapaz con la muleta. Sin templar jamás, sin colocarse y sin torear en ningún momento y por si a alguno le quedaba alguna duda, él se ocupó de demostrar que ni la espada le iba a redimir del pecado de plena vulgaridad. Parece muy poco para justificar su presencia en la feria el haber puesto un par sin que el toro hubiera pasado por completo.
El trincherazo por bajo quebrantando al toro Algo parecido ha sido el bagaje de Antonio Ferrera, que basa toda su actuación en las banderillas y lo más que se acerca a cuadrar en la cara es hacerlo sobre un pitón, pero nunca entre los dos. Y para más INRI le sale el sobrero de los Chospes que, aunque manso, tuvo la mala idea de acudir a la muleta para encontrarse con un matador que ni templo, ni mandó, ni toreó. Pases y más pases, vueltas, giros, respingos, carreras, pico, culo fuera, banderazos y trapazos, muchos trapazos.
Un derechazo con poder César Jiménez vive en esa permanente actitud de parecer un torero elegante, con empaque y torería, pero luego las trampas le descubren en seguida. Compone la figura, a veces parece que se enrabieta, pero sigue sin ser el torero que muchos esperan desde hace años, y otros nunca atisbaron. Su mayor mérito fue estar delante del complicado último, al que como hicieron sus compañeros, no le lidio, ni le recetó la medicina que demandaba, los doblones por bajo y los pases de castigo, única y exclusivamente para preparar el animal para la suerte suprema. En toda la tarde no se produjo ningún momento que mereciera pasar al papel, pero el estar toda la tarde pensando en como sería una lidia por bajo, viendo como el matador hacía que el toro se retorciera a base de torear con poder y dominio sobre las piernas. Bien es verdad que cuando el público se olía que alguno podía tomar ese camino, no dudaba en pitar, pero a ver si acostumbramos a los espectadores que esta no es solo la mejor opción, es la única. Otra cosa es que los doctores en tauromaquia sepan como es eso, que se presten a ello y que no se limiten solo a montar el carrusel de la feria.
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