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Hoy iba como todas las tardes a la plaza de Madrid a ver una corrida de toros, como hago todos los meses de mayo desde hace muchos años, y aunque tengo que reconocer que llevaba la mosca detrás de la oreja, más si echamos manos de los antecedentes ocurridos esta temporada, no pensaba que la cosa pudiera llegar a esto. Normalmente me ayudo de las notas que tomo durante el festejo, opino sobre el ganado, sobre los toreros y escojo dos momentos que, aunque sea mínimamente, me hayan removido mis entrañas de aspirante aficionado a los toros, intentando poner mi granito de arena a esta fiesta, espectáculo o rito que ha estado presente en mi vida desde que tengo memoria. Muchas tardes el detalle, lo que merecía ser dibujado, como dice el título de este rincón de Opinión y Toros, era un par de banderillas, un quite, una lidia e incluso algún puyazo, que no es lo más habitual. Hoy era cartel de postín, tres figuras aclamadas por todo el Orbe taurino moderno, El Juli, que va impartiendo cátedra con su toreo allá por donde va, Sebastián Castella, que para el pulso de los corazones con su toreo y José María Manzanares, el empaque, la torería y no sé cuantas cosas más que se leen y se oyen por ahí. El ganado llevaba el más prestigioso hierro de esta modernidad taurina, Núñez del Cuvillo. Todo estaba preparado para una gran tarde de toros, según decían, aunque yo no puedo estar de acuerdo con eso. Lo que se preparaba era la consagración de el toreo modernista, toros bobos que acuden a la muleta embistiendo como un carretón empujado por un amigo fiel y sin un ápice de maldad y toreros que ejecutan su danza macabra de contorsionismos, estiramientos y ventajas que le permitan jugar con ese animalillo, minimizando hasta límites impensables cualquier riesgo de verse cogidos. Aunque siempre se puede producir el percance y como ejemplo basta repasar lo ocurrido esta tarde a Manzanares en el último acto del show. Un espectáculo que nada o casi nada tiene que ver con lo que muchos creíamos y que añoramos. Lo llaman toreo, pero quieren decir otra cosa, farsa, pantomima, juego de toreadores, corridas sin caballos, corridas casi incruentas, cualquier cosa, menos corridas de toros.
El verdadero toreo al natural Hoy no voy a escribir ni una palabra más sobre lo ocurrida en la plaza de Madrid, la que en otros tiempos era respetada, era rigurosa y generosa al tiempo que daba y quitaba. De esos tiempos se me ha venido a la memoria un momento que viví cuando era muy joven, tan joven que tenía abono de estudiante. Fue la primera vez que vi torear a El Viti. Me sorprendió como en aquellos años las Ventas ovacionaba con aquella fuerza a un torero nada más salir a hacer el paseíllo. Pero en seguida lo comprendí. Solo fue necesario que cogiera la muleta, que se la echara a la mano izquierda y con esa forma tan peculiar que tenía de encoger el codo, esa pose tan personal como recuerdo de un percance en Ceret, pero que no le impedía torear como lo harían todos los ángeles de la corte celestial, ángeles y arcángeles y todos los aspirantes a ganarse sus alas, como en aquella película americana. Construyó la faena completamente sobre la mano izquierda, citando adelantando la pierna y cargando la suerte en el momento del embroque, para a continuación meter al toro en la tela, sin que el pitón de fuera se saliera de ésta. Uno, dos, los que fueran, ligados y rematados por el de pecho, sacándose al toro por la hombrera, obligando al toro a describir un arco en el aire. Pues hoy no he visto nada de eso; las máximas figuras, los toros por los que se pelean los gallitos del escalafón, pero torear, lo que se dice torear, no lo he visto en ningún momento, sobre todo porque faltaba el toro. Pero a pesar de todo, se siguen empeñando en llamar a eso toreo y yo sigo sin entender por qué lo llaman toreo, cuando quieren decir… |
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