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La eterna cantinela de los toreros es “que me embista un toro”. Y como el destino es caprichoso y a veces traicionero, pues va y les concede este deseo a Uceda Leal, Juan Bautista y Morenito de Aranda. El vehículo que encarnaba esta petición eran los toros de Juan Pedro Domecq que hoy han teñido su divisa de negro. Y lo que podía haber sido motivo de alegría se ha convertido en castigo para los dos últimos alternantes. Los juanpedros han respondido al prototipo de toro que hoy exige el espectador, los taurinos y los matadores, que no el aficionado. Justos de todo. Justos de presentación, sin ser chicos, pero sin la presentación que se le pide a un toro en Madrid. Con las fuerzas precisas, no tan escasas como para ir de vuelta a los corrales, pero tampoco tenían las suficientes para poder cumplir mínimamente en el caballo. Pero una vez que los pencos abandonaban el ruedo empezaban a embestir como locos, especialmente los tres últimos. Daban el primer toque en las banderillas y lo confirmaban en cuanto se les ponía delante la muleta.
El temple en redondo Uceda Leal es quien mejor ha aprovechado la oportunidad que los juanpedros le han puesto delante de su capote; fue en su segundo toro en el que además coincidieron los dos momentos que hoy se me iban a colar en el papel. El primero de ellos al rematar un quite con una media verónica lenta, forzando la figura y con ese arte y esa personalidad que el madrileño deja ver de vez en cuando, dejando atrás el aburrimiento. Ha sido el primer chispazo, aunque tampoco hacía presagiar lo que vendría después. Lo que fue un chispazo adquirió mayor importancia en la faena de muleta. El toro no andaba nada sobrado de fuerzas, a veces cabeceaba y otras iba despacito, muy despacito a los engaños. Y en una de las series que Uceda instrumentó con la mano derecha surgió el temple, la cadencia, la lentitud y hasta el arte en un redondo que por esta vez fue a terminar detrás de la cadera, ganando en profundidad. Quizás si el toro hubiera transmitido más seriedad la faena en su conjunto habría ganado también en importancia y el triunfo, la oreja, habría tenido más valor del que ahora se le puede dar. Uceda se volvía a encontrar a si mismo y quizás la mejor muestra de ello sean los dos estoconazos recetados para mandar a sus toros al desolladero.
La media de Uceda Juan Bautista por su parte desaprovechó al toro de la tarde, con un comportamiento muy similar al anterior, pero con esa importancia que se le pedía al cuarto. El francés se perdió en el aburrimiento que traía puesto de casa y solo se limitó a pegar trapazo tras trapazo, se olvidó de aplicar esa medicina para los toros, el temple. Enfrascado en su propia vulgaridad no se decidió a coger ninguna de las dos orejas que el Juan Pedro le ofrecía generosamente. Morenito de Aranda, que volvía a Madrid después de su última gran actuación en la feria de Otoño, deambulaba por la tarde sin pena ni gloria hasta que cogió la muleta para trastear al sexto y último. El inicio fue más que aceptable, por bajo, pasando por ambos pitones, pero otra vez el dichoso temple. No le cogió ni la distancia, ni la velocidad al de Juan Pedro, que tropezándose con la muleta una y otra vez, al final se puso imposible, haciendo que el triunfo se escapara entre los tejados de la plaza de Madrid. Otra vez, seguro que cuando Juan Bautista y el Morenito tengan que formular un deseo tendrán más en cuanta pedir por su ánimo y condiciones de matador, que por las que pueda ofrecer el toro, porque si va uno y les embiste, en San Isidro y en Madrid y hacen como si no se enteran, pues ustedes me dirán. |
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