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Cuentan aquellos que han ido alguna vez a visitar los animales en la sabana africana, que el más peligroso para el hombre, aquel que más muertes ha causado, no es el orgulloso león, o el encornado rinoceronte, ni el cachazudo elefante, sino el despistado hipopótamo, quien sin desarrollar instintos agresivos, arrolla, sin proponérselo, con su cansino paso o su pausado trote a aquellos que se interponen en su camino. Cargando la suerte de Carlos Aguilar Los toreros de hoy, quizá por conocer esta teoría nunca se interpusieron en el camino de los mansos Valdefresnos que no encontraron entonces quien les sometiera en los medios ni les dominara en la querencia y anduvieron a su trote, mientras los toreros hacían cábalas sobre como enjaretarles las faenas en series de derechazos que parecen ser la llave del éxito. Todo menos ponerse en su camino, desengañarles y dominarles.
Tejela se encontró con el más bravo del encierro, fino, veleto y recortado, quien acudió dócilmente a su muleta con la que llegó a hacer un pase de las flores pero cambiado, que los especialistas sabrán cual es su nombre, que resultó bello y sorprendente. Templó toreando con todo el cuerpo, que según la teoría que explica Fernando Cámara en http://larazonincorporea.blogspot.com/ es como se consigue expresar la imagen del temple aunque no se ralentice el viaje del toro. Mató tirándose a ello con más fe que calidad, recibió aplausos, salió al tercio, saludó, fuese y no hubo nada.
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