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Como dice el refrán, lo que mal empieza mal acaba y siguiendo la tónica mantenida durante todo este mes y pico de toros, lo de hoy no podía ser una excepción. Un ganado, el del Ventorrillo, que no ha perdido la menor oportunidad de demostrar su mansedumbre, pero a los que se podía haber lidiado de otra forma muy distinta a como lo han hecho matadores, picadores y banderilleros. O quizás con que les hubieran lidiado habría sido suficiente. Pero ya se sabe lo que nos trae la moderna tauromaquia, vamos pasando como se pueda los dos primeros tercios y en el último, con la muleta, nos vaciamos. Pero hay que entender que a veces el toro de lidia tiene sus cosas y unas veces se pone a seguir la muleta como hipnotizado, y otras pide un poco de dedicación y se pone a dar algún problemilla que otro. Y esto es lo que ha pasado esta tarde, que alguno ha presentado algún inconveniente más de lo que el gremio de los coletudos está habituado.
El contratado para abrir plaza fue Manolo Sánchez, que a sus diecitantos años de alternativa sigue siendo un torero que parece que va, pero que no acaba de arrancar, exhibiendo todos los vicios del toreo moderno y ninguna de las virtudes clásicas.
El Juli, aclamado maestro de la torería moderna por los cuatro confines del planeta, no se apea del burro y persiste en su toreo ventajista en las lejanías del toro. Cuatro trapazos por aquí estirando el brazo y abusando del pico de la muleta, cuatro por allí retorciéndose hasta el dolor y siempre sin rematar el lance detrás de la cadera, entre las aclamaciones de los más fieles julistas. Su contrastado julipié (estupendamente descrito y bautizado por Joaquín Monfill) y la locura orejista, que hoy el señor presidente ha ignorado. El maestro dirá eso de “man robao la oreja”, pero habrá quien le conteste lo otro de “no era pa’oreja”.
Alejandro Talavante vive en una continua pelea interna entre elegir el camino de la verdad del toreo o zambullirse en la vulgaridad postmoderna. Entre unos naturales citando de frente y dando el pecho, intercalaba unos mantazos con el pico de la muleta, aunque al menos se pasaba al toro mucho más cerca de lo que dice el manual del buen pegapases.Un triste final a unas tristes ferias Pero entre todos no han conseguido juntar dos momentos dignos de ser dibujados. También tengo que reconocer mi poca disposición a dejarme engatusar con dos cucamonas fraudulentas. Después de lo que llevamos encima, a uno no se lo puede ablandar el corazón con dos carantoñas interesadas. Son muchas tardes sobre la dura piedra de las Ventas, muchas tardes esperando ver algo que nos levantara del asiento para al final tenernos que conformar con algunos destellos, que además no procedían precisamente de la galaxia de las figuras. No he echado la cuenta de las orejas, no me interesa, pero es que ese binomio oreja y éxito, ya no tiene razón de ser. Y por eso creo sinceramente que el mejor y único momento a destacar de la tarde es cuando las cuadrillas han recogido sus capotes de paseo y, cruzando el ruedo, se han marchado andando por el lado opuesto de la Puerta de Madrid. Nadie se ha ganado la honra de salir merecidamente a hombros, y que conste que no me equivoco, ni olvido a nadie, pero ya he dicho “merecidamente” y no incluyo a los caballeros rejoneadores. Así que sólo nos queda pedir que todos los actores de la fiesta se lo piensen un ratito, aunque sólo sea mientras las cuadrillas se marchan atravesando el ruedo de la plaza de Madrid. |
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