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Álvaro Domecq, Alvarito como algunos le llamaban cuando toreaba a caballo, heredero no sólo de un nombre y un apellido, sino de una forma de entender el toreo, la monta y la cría del toro bravo. Un clásico avanzado a su tiempo, que no se limitó a ser un gran rejoneador, un estupendo ganadero y un irrepetible caballista. Le tocó alternar con los últimos de una generación que sostuvo el cetro del rejoneo en España, los Peralta o Fermín Bohórquez, y enlazar con otra de la que él se puede considerar el patriarca, Antonio Ignacio Vargas, Manuel Vidrié y más tarde Curro Bedoya o Joaquín Buendía, por citar algunos nombres.
Álvaro Domecq aguantó con solvencia el ímpetu del nuevo fenómeno portugués Joao Moura, y combinó su toreó clásico con las nuevas influencias que trajeron los cabaleiros del país vecino. Pero siempre le caracterizó una estupenda monta y una excelente doma, que se extendió a sus discípulos, entre los que fue alumno aventajado Manuel Vidrié, otro de los máximos exponentes del toreo a caballo en España.Álvaro Domecq un torero a caballo Como todos los clásicos fue un verdadero innovador del toreo a caballo, como fue el hecho de que el rejoneo dejara de ser un prólogo de las corridas de a pie, en las que se actuaba en primer lugar, para a continuación dar paso a los tres matadores. Se empezaron a montar las corridas del arte del rejoneo, en las que los actuantes eran cuatro caballeros, costumbre que ha llegado hasta nuestros días, con la única modificación de anunciarse tres jinetes y no cuatro, matando cada uno dos toros y eliminando el toreo por colleras.
Álvaro Domecq estuvo impartiendo su magisterio en los ruedos hasta principios de los años ochenta, para pasar a dedicar su tiempo, entre otras cosas relacionadas con el toro, a la Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, en Jerez de la Frontera. |
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