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A punto hemos estado de ver abrirse la Puerta de Madrid, a punto hemos estado del delirio colectivo y a punto hemos estado de elevar a los altares a Sebastián Castella, pero no creo que haya habido alguien en toda la plaza que haya visto torear. Se han visto muchos pases, mucho pico, mucho cite desde la pala del pitón, pases amontonados que no ligados, arrimones con un encimismo que no venía a cuento. Incluso nos han obsequiado con una reedición de la competencia en quites, versión Esteso y Pajares, pero sin risas. En realidad ha sido una repetición de otras tardes idénticas a estas en las que cualquier aficionado que se fijara un poco, sabía lo que iba a venir después. Primer toro, pases por detrás y por delante, segundo, telonazos muy quieto. Entre el millar de pases que se han dado, no ha habido ninguno en que el toro fuera toreado y si alguno de los actuantes se ha acercado más ha sido el Fundi, que aunque entre retorcimientos y brazo estirado, ha sido el que ha presentado la muleta más plana, pero claro, ni es tan joven, ni tiene tanto tirón y además es de Fuenlabrada. No se puede decir que haya estado bien, ni mucho menos, pero lo ha intentado. El quinto de la tarde tars el pico de la muleta Parece mentira que habiendo presenciado las evoluciones de dos mandones del toreo moderno, no haya podido rescatar ni un momento para poderlo dibujar, ni la presentación de los toros, que como corresponde a la vanguardia taurina, son de esos que ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Aunque hay que destacar el comportamiento del quinto en el último tercio. Ese mismo toro que en la suerte de varas salió pidiendo auxilio del caballo y escapando buscando tierras más templadas y más próximas a toriles. Pero ante la muleta más parecía un carretón que un toro. Ni un mal gesto, ni un segundo de tardanza en busca del trapo rojo. Una y otra vez, por el pitón derecho, por el izquierdo, por el derecho otra vez, por donde le dijeran. De lejos, luego de más cerca, para acabar a palmo y cuarto del francés Sebastián Castella. El pobre pupilo de Victoriano del Río no podía hacer más para conseguir que su matador saliera a cuestas de los capitalistas, pero como a los toros hay que matarlos, el animalito se ha ido al otro mundo entero.
Javier Ambel pareando en el quinto De entre estos dos maestros del modernismo pegapasísta el que más ha destacado ha sido Javier Ambel, quien ha puesto dos buenos pares a ese carretón. Y en especial el segundo par por el pitón derecho, en el que el toro le ha hecho emplearse a fondo para poder ganarle la cara, cuadrar entre los pitones y dejar el par en todo lo alto. Este momento ha merecido a mi juicio ser dibujado. El resto no me ha dicho nada, mucho pase, mucho trapazo, pero hoy yo no he visto torear.
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