Media plaza larga. 6 Toros de “Soto de la Fuente”, desiguales de presentación (2º y 3º chicos y 6º impresentable) nobles, sosos y flojos. El mejor, el 2º, con transmisión.

“El Cordobés”, oreja y palmas

Manuel Amador, ovación y silencio

Serafín Marín, silencio y oreja.

Lo de Manuel Amador pasa ya de marrón a castaño oscuro. Ayer volvió a malograr una faena sublime. Tocó en La Roda y, esta vez, pasó lo de Madrid de hace unas fechas. El cliché es el siguiente: capote superior, muleta fina, elegante, estilosa, con pellizco y arte. Y, tras todo ello –tras lo excepcional-, llega lo habitual, lo común. Marronazo a espadas.
Poca gente supo razonar después de haberse deleitado con la labor del torero de Albacete frente a su primer toro. La manera de tirarse a matar lo toros de Manuel Amador no es, sin duda, la acertada, a pesar de que ayer re resintiera en el pecho del tremendo golpe propiciado por un toro el pasado sábado en la plaza de toros de Quintanar de la Orden. Respirar le costó un mundo y tuvo que ser infiltrado por el equipo médico. A parecer sufre un leve desgarro muscular en un punto muy doloroso que, como es lógico, tampoco le sería favorable a la hora de ejecutar la suerte suprema. Pero –la verdad sea dicha-, Amador pincha a los toros con y sin dolores. Una pena.
Entrando en materia, la corrida de toros jugada ayer en el coso rodense no fue nada del otro mundo, pero sí que fue material propicio para organizar aseadas labores. Su presencia tampoco se ajustó a lo exigible. Muy desiguales de presentación, gustó mucho por su comportamiento el primero de Amador, segundo de la tarde, algo terciado pero con mucha transmisión. Bochornosa la pinta del último animal, que a tenía pitón derecho. Otra pena todavía mayor. Para contrarrestar el desmán ganadero, el cuarto y el quinto fueron precisos ejemplares. Toros de lidia en sí mismos.
Y es que la corrida fue, vino y se entretuvo en brindar nobleza, tanta como sosería. Sólo el segundo con garbo de toro bravo. Cayó en manos de Manuel Amador, hecho que no fue desaprovechado por el gitano. Tandas en su línea –magistrales-, detalles y destellos inigualables –de los suyos-, y un aroma en plan Amador que pocos pudieron obviar. Toreo en esencia pura: Manuel Amador.

La verdad sea dicha, el toro transmitió una enormidad y fue mimbre cercano a lo óptimo para que el gitano pusiera, una vez más, las cabezas a pensar. “Manolito”, que casi ya es don Manuel –por el tema de la edad- toreó a placer con su sello habitual. Pero el problema sigue de la mano del torero: no mata a los toros ni a la de tres. Pero bueno, el marronazo a espadas conlleva una pérdida de los trofeos pero, ¿a caso la gran faena desaparece al pinchar invariablemente sobre el morrillo del toro? Pues no. ¡Pues entonces!
Otro cantar fue lo de su segundo toro, un animal al que dieron de lo lindo en el caballo, porque dejó entrever su mansedumbre y tampoco era cuestión de que luego se viniera arriba en exceso. Pero el de a caballo se pasó tres pueblos –hasta llegar a La Roda-, y lo machacó para dejarlo en una silla de ruedas. Con ese material, Manuel no pudo ni adornarse.

Lo demás, lo que no fuera lo acontecido en el segundo capítulo de la historia rodense, no merece superior comentario. Manuel Díaz “El Cordobés” se paseó menos entusiasmado de lo habitual. Ni pases de “la rana” ni rodillazos ni esas cosas del toreo heterodoxo que tan usualmente practica. No fue muy “cordobés”, en este sentido. A pesar de ello, e cortó una oreja a su primero tras matar medio bien, pero el apéndice fue en plan de plaza de menor entidad. La gente la pidió y punto.
En su segundo, ante un animal que fue protestado por su manifiesta invalidez, el público estuvo a la greña con el presidente –metió la pata hasta el corvejón con no devolver al animal a corrales- durante su faena y no fue a más el asunto.

En fin, Serafín, nada fuera de lo común. No le cogió la distancia al noble y soso toro del hierro titular de “Soto de la Fuente” y con su segundo, último de la tarde, ya con la noche encima, se durmió entre muletazo y muletazo voluntarioso pero carente de relevancia artística.