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25/06/2005
  (Cayambe-Ecuador) Primera del ciclo cayambeño
 
Firma: María de Toral
 
     
 

La primera del ciclo cayambeño resultó interesante, el ganado de Puchalitola demostró que hay que trabajarlo, en aquello de la fuerza y sin quizá, en la casta que les falta pero, de cualquier modo algo se pudo extraer de ellos; ahora San Luis, es otro cantar; animales bien presentados, bravos, nobles y complicados que dieron distintos resultados, dependiendo de las muletas que los llevaron.

Presidió la corrida el hijo de un ancestral ganadero de la tierra y gran conocedor, Don Luis de Ascázubi. Es de sorprender que, Javier de Ascázubi de quién, se podría decir que “lactó la fiesta” desde su infancia; cometiera errores como premiar con música todo lo que se hiciera en el ruedo y, que, permitiera que la corrida comenzara con cuarenta y cinco minutos de retraso sin impedir, además, el acceso de público durante las faenas; ¡cosas de plaza de pueblo deben de ser!.

El cartel anunciado no fue el que se presenció en la plaza, al momento de la verdad en el ruedo aparecieron Carlos Yánez y Diego Rivas de Ecuador y Sánchez Vara de España, cuando, el único anunciado para el día, era Rivas.

SANCHEZ VARA, con mayúsculas. Un torero que suena poco, del que no se habla mucho pero que en Cayambe dejó muy claro que es un conocedor, un gran banderillero, un hábil capotero y un más que decente muletero.

Hay que hablar de los toreros de la tierra, ¡hay que y… que pena! La más cacareada de las excusas para las fallas de los toreros nacionales es; lo poco que ven al toro, las pocas corridas que enfrentan en el año, pues Sánchez Vara los calló, torea más o menos lo mismo y es, como se dijo, un conocedor. Mira, observa y aquilata a su toro; mientras los subalternos lo llevan en el vuelo del capote, lo conoce, lo asimila, comprende sus falencias, sus cualidades; aprende por donde y cómo torearlo. ¡He ahí la diferencia!.

Bien es cierto que el viento fue el invitado de plomo, pero aunque duela, también Sánchez Vara lo tuvo; no cabe duda de que los toros de las dos ganaderías no eran “perita en dulce”, necesitaban mando, temple, terrenos y distancias que, lastimosamente para el plantel ecuatoriano, solo supo dar y encontrar, el español.

Carlos Yánez lidió en primer lugar un Puchalitola de 440 kilos, (ya serían con el mayoral en la báscula), avanto y poco fijo, un animal que necesitó una muleta siempre en la cara, siempre humillándolo y guiándolo pero que… no la tuvo. El animal lo desarmó dos veces y por último, tras una estocada de pobre ejecución, terminó con su primero con tenues, muy tenues palmas.

En su segundo poco pudo verse de capote por el viento, el animal de Puchalitola, cumplió las dos veces que entró a varas, se pudo ver tres buenos muletazos en dos tandas por la derecha y poco más, muletazos aquí y allí; inconexo, dejando el toro en blanco, un toro que de tener una muleta más templada, más mandona; hubiese dado un juego interesante. Remató con una estocada delantera y tendida; desperdició un animal que si bien, no hubiese durado mucho, con más temple; hubiese hecho vibrar a la parroquia.

Sánchez Vara lidió primero un Puchalitola de nombre Temerario, un castaño listón, bociblanco muy lindo de hechuras, lo toreó en capa por delantales ceñidos y cadenciosos, un placer; sus banderillas recordaron un poco a las de Víctor Méndez y, un poco también, a las de Luis Francisco Esplá, corriendo hacia atrás, hábil, juntando bien las manos, encarando bien al toro, reuniéndose con sapiencia.

En muleta el viento no fue de ayuda y, básicamente le dio muletazos templados cuando pudo, de cualquier manera, sus muletazos tuvieron cadencia, pies firmes, templanza y mando, pinchó sin soltar y luego dio un estocadón hasta los gavilanes que, según la autoridad, le valió una oreja.

Hay que mantener en mente este nombre, Sánchez Vara; tiene madera, serenidad y capacidad frente a los toros, una agradable y desconocida sorpresa que, se desveló en un marco de compañeros poco capacitados y mentalidad pueblerina, pero que levantó la punta del velo de un torero que, en cuanto tenga oportunidad, aunque sea una sola; demostrará su valer.

En su segundo, está vez de San Luis, el capote se vio afectado por el viento que corría en el albero y poco se pudo ver, suerte que en su primero ya mostró su calidad. En varas el toro se defendió haciendo sonar el estribo y con la cabeza muy alta, tras tres pares de banderillas prosiguió con una pulcra faena de muleta, llevando al toro bien templado y con la mano baja, exigiéndolo de manera que se agotó pronto, pero; hay madera y con la muleta siempre delante el toro, se deja llevar, se deja manejar y torear.

Un animal noble llevado con serenidad en una muleta templada da buena espectáculo y tras una muy bien entendida faena, (a pesar del viento) y de una estocada limpia, se llevó su segunda oreja, lo que lo convirtió en el triunfador de la primera de la feria.

Diego Rivas, ¡Madre de Dios, Diego Rivas!. Es un chiquillo con mucha voluntad, con el coraje de pararse frente al toro, con la ilusión de ser figura pero, que a nuestro humilde entender; debe de cambiar de profesión; cortó oreja, ¡cierto es!, en el festival en homenaje al ganadero Cobo. Pero, un festival perdona muchas cosas, salta muchos errores y se hace de “la vista gorda” para mil fallas, este chico; a festivales, a becerradas, sin más; el toreo serio, no es lo suyo.

Duele escribir estas líneas, dulce porque sabemos que sueña con ser figura, con triunfar; pero, ya le hará falta un marmolillo de poco empuje y menos raza aún, para lograrlo. Siempre el pié atrás, siempre la duda, siempre la inseguridad, siempre el no saber que hacer, frente a lo que tiene delante. Es claro, los toros esta tarde no fueron, como se ha dicho, “peritas en dulce”, necesitaban atención cuando los manejaban los peones, necesitaban conocimiento, seriedad, análisis.

El primero de su lote fue muy cómodo de peso y poca presencia, escurrido de carnes y con poca codicia. Lo llevó bien al caballo por chicuelinas al paso que fueron, al final y al a postre, lo mejorcito de su faena. Se castiga demasiado al toro, ¡mucha vara para tan poca carne!; en tres tandas dos muletazos de cierto valor, más adorno que verdadera faena, muletazos inconexos, manoletinas de adorno que resultan y, tras un pinchazo hondo y otro, un cachitín más profundo, fin. Sin pena ni gloria.

El sexto que, fue el último de los de Rivas, fue un toro muy, pero que muy complicado; necesitaba mucha muleta, mucho mando y claro, no lo tuvo. En capote poco o nada y luego más de lo mismo, siempre con los pies en volandas, toreándolo a media altura, cuando el toro necesitaba ser humillado.

Un animal de embestida bronca que pedía a gritos que lo humillaran, cosa que en el trasteo hizo Calahorrano trabajo que, el matador en su turno, desaprovechó, al final tres muletazos de valía un pinchazo y un estocadón más habilidoso que sapiente, allí termino Diego Rivas.

Como conclusión, del ganado, San Luis apunta bien, presentó animales con trapío, serios y bien armados, ¿complicados?, sin duda, pero animales de aquellos que prueban al que está tras los trastos de torear y de los alternantes, Sánchez Vara, un nombre y un hombre para recordar, para seguir de cerca.  ¡Hay madera, vaya si la hay!

 
     
   
     
   
     

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