Una buena faena exige temple, colocación y dominio por parte del torero y acometividad por parte del toro. Tengo para mi que, siendo todo esto necesario, el secreto del toreo está en el temple, la capacidad del torero en confiar que con el solo movimiento de su muñeca es capaz de dominar la embestida del toro para obligar al animal a que ciña su cintura y acabe detrás de su cadera. Esa capacidad, generalmente innata, se mejora con la práctica y se requiere valor para realizarla, confianza en que cuando el torero se queda quieto será capaz de vaciar la embestida. Cuando el torero tiene esa confianza, cuando está puesto que se dice en la jerga, todo parece más fácil. Las faenas fluyen y en definitiva la belleza, que como dice Francisco Brines, es lo que justifica la asistencia a la plaza, se muestra a los aficionados. Lo difícil del arte de torear parece fácil cuando el torero tiene el secreto del temple. Quizá por ello muchos se entretengan en discutir la cantidad de los premios que deben otorgarse a una faena como la de El Cid, cuando lo pertinente parece que sería disfrutar de la belleza. |