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Decían en el 7 que hoy, por fin, se ha visto torear. En el día de su confirmación, el joven salmantino Eduardo Gallo ha recibido en directo la mejor lección práctica del toreo auténtico, del toreo de verdad, del toreo sin subterfugios, del toreo sin alivios, del toreo que pone a todos los espectadores de acuerdo, sean exigentes o aplaudidores de todo, del toreo puro, del toreo que no engaña, del toreo que sólo pueden realizar unos pocos elegidos, del toreo que jamás podrán prohibir los abolicionistas, del toreo que llega a hacer que algunos estén toda la noche sin poder dormir, en definitiva del TOREO. Y han sido dos maestros los que lo han hecho. El primero, un veterano y curtido en mil batallas, que le ha demostrado cómo sobreponerse a la adversidad y que hubiese llevado al éxtasis, tanto personal como inducido, a la plaza, si consigue matar al cuarto en la suerte de recibir, colofón que debería rematar siempre una labor tan maciza como la que ejecutó Julio César Rincón, aunque actualmente se vea raras veces. Y la otra lección, con un toro prácticamente inexistente, se la dio Manuel Jesús El Cid, el mejor muletero actual de todo el escalafón, número uno indiscutible del planeta taurino, en su magistral, perfecta e insuperable faena al quinto de la tarde. Los naturales y pases de pecho ligados, los derechazos bajando la mano, dominando al bicho y haciéndole recorrer unos trazos imaginarios perfectos, como si se los hubiese inventado un artista del pincel, fueron algo que quedará por mucho tiempo en la retina de los que allí estábamos. Si llega a matar con una estocada tan perfecta como la que dio hace unos días Serafín Marín, los del 7 decían que posiblemente le hubiesen pedido el rabo. Y luego dicen los taurinos que quieren acabar con la fiesta. Lo que no admiten es la mentira de los pegapases, como los que han tenido que sufrir el día anterior y los que aún les quedan por soportar, cuando esas figuritas de lo alto del escalafón vienen a perder pasitos, poner posturitas, ponerse bonitos, en definitiva, mintiendo ante animalitos disminuidos. También de ellos podría aprender el joven Gallo, viendo lo que no hay que hacer, pero la pregunta que se hacían en el 7 era si de verdad lo habría comprendido. Al final, aunque Rincón salió a hombros, en el 7 se hablaba sobre todo de la perfección del toreo de El Cid, aunque hubiese fallado a espadas. |
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