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Nada más clave para triunfar en el mundo del toro que la confianza que un torero demuestra en sí mismo. Estando seguro, firme y decidido un hombre de luces puede llegar donde se lo proponga. Lo que no lleva a ninguna parte son las dudas y la escasez de planteamientos. Eso es precisamente lo que ha ocurrido esta tarde en la primera novillada del ciclo isidril celebrada en Madrid. Con su actuación de hoy, Alberto Aguilar ha dejado buen ambiente entre la afición venteña, que ha premiado con una justa y merecida oreja su aplomo y confianza. El joven madrileño ha demostrado disposición durante toda la tarde y sus ganas de querer ser alguien con su firmeza y serenidad. Variado en quites y con una clarividencia de ideas notable, Aguilar ha estado en torero, algo que cada vez más se echa de menos en los tiempos taurinos que corren. Desde las verónicas con que recibió a su primer novillo, un ejemplar bravo y encastado de Fuente Ymbro al que planteó un trasteo al que quizá le faltó redondez, sí, pero que fue pulcro, cuyo prólogo fueron unos elegantes doblados por bajo de excelente trazo rematados por un soberbio trincherazo. El epílogo no pudo ser mejor, la rúbrica de una estocada en todo lo alto que fue la culminación de una obra bien hecha. Hubo de cortarle las dos orejas, seguramente, pero la sensación que ha dejado es de ser un novillero que tiene ganas de serlo.
Con esa disposición y firmeza es con la que hay que venir a Madrid, con la seguridad de decir ¡aquí estoy yo y éstos son mis argumentos, señores! Porque si no se va a intentar, lo mejor es darse media vuelta y olvidarse...
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