Cuando los compromisos y las obligaciones laborales se convierten en un obstáculo insalvable para poder presenciar lo que se lleva esperando con ilusión durante todo un año, la Feria más importante del mundo, poco puede hacerse para combatir a un Goliat como ése. Aunque me hubiera gustado que fuera desde el comienzo, y hasta el final, a partir de hoy y a lo largo de los 8 días sucesivos van a poder encontrarse con una sección que tiene como objetivo captar sensaciones, flashes y matices que se suceden en tardes de toros tan importantes como las que se viven en la Feria de San Isidro.
La firmeza demostrada con creces por Serafín Marín y Javier Valverde son una buena muestra de ello. Ambos han plantado cara atornillando las zapatillas en la arena ante unos toros mirones que más buscaban los frágiles cuerpos de los toreros que las suaves telas de los engaños. Ninguno de los dos volvió la cara, es más, el de Montcada sintió en su propio vestido el cortante hachazo del pitón de su primer astado, que pudo ser mucho peor.
Bien es cierto que el trasteo del catalán resultó más redondo y macizo, pero también lo es que la res que cerró plaza resultó la más notable del encierro. Una faena rubricada por una soberbia estocada que ejecutó con convicción, seguridad y una impresionante certeza. Marín y Valverde, dos toreros que han dado la talla y han sabido estar ante una tarde en la que otros ni siquiera se habrían anunciado en el cartel.
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