José Antonio Garfias de los Santos fue un ganadero predilecto de los diestros mexicanos, porque sus astados, no imponían respeto. No, daban ternura por la exasperante docilidad con la que acudían con obediencia borreguna. Tanta miel en la sangre agotó todo resquicio de bravura, y ha llevado a Pepe Garfias – el criador más comercial de México – a su ganadería a la total falta de casta y la absoluta carencia de bravura. Un conjunto de pequeñajos (por su diminuta presencia) mansos, descastados y sosos impresentables para una plaza y una feria como la de San Marcos, de primerísimo categoría. Tal es el grado de la mansedumbre de los animalitos de Pepe Garfias, que vio regresar su primero por manso de solemnidad. Ha sido una corrida en la que Eloy Cavazos cortó una oreja en cada ejemplar que le correspondió por faenas que, si bien es cierto que enseñaron el habitual toreo jocoso y bullidor, tuvieron dignidad torera. El entusiasmo de Manolo Arruza se derrumbó al ver aparecer dos astados tan malos, y ya no pasó nada. A Pedro Gutiérrez Lorenzo El Capea chico, quieren imponerlo como la continuación de su padre, pero mejor sería que lo pusieran a estudiar un oficio para ser mejor ciudadano. Desabrido y lleno de precauciones se le vio. Toreando tan lejos como su medido valor le exigía, aburriendo la franciscana paciencia de la poca asistencia, acaso lleno un cuarto de los tendidos. A Capea chico el público mexicano no lo quiere ver porque simplemente le falta argumento torero Como prólogo del festejo salió el rejoneador Eduardo Cuevas que estuvo extraviado en su actuación con un burel de El Vergel. |