|
Nuevamente la pintoresca plaza La Florecita llenó sus tendidos de una maravillosa afición que entendió la entrega del joven Manolo Lizardo que trazó dos faenas intensas. Intensas porque los toros de Malpaso, aunque aceptablemente presentados, tuvieron un comportamiento incierto. Iban con son a los capotes, con poder y de largo a los caballos metiendo la cabeza abajo del peto; pero justamente ahí, en el tercio de varas, dejaban la poca bravura y casta que tenían. En este contexto Manolo Lizardo tuvo que imponerse con base en sitio, oficio y técnica. A su primero -segundo del festejo- le dio armónicos lances con la capichuela que de inmediato interesaron en el respetable. Con la tela roja, a pesar de que el burel ya había cambiado de lidia para mal, barbeando las tablas, rascando la arena, reculando, y a pesar de esto, el joven Lizardo extrajo series templadas, fundamentalmente con la mano diestra de gran valía. Después de un pinchazo, dejó un estoconazo en terrenos comprometidos, que por sí solo merecía la oreja, que no concedió el pésimo juez de plaza (presidente) Jorge Ramos; ese inepto juez que a Ponce le permite regalar en la gran plaza pequeñajos y por faenas con rasgos de frivolidad, donar a sus estadísticas dos orejas. Pero a este joven que enfrentó con gallardía a un toro... ¡sólo desprecio! El público recompensó la entrega del torero invitándolo a dar triunfal vuelta al redondel. Con su segundo ejemplar, volvió a dejar constancia de su valía torera. Nuevamente vimos sucederse pases con la mano diestra, pero a Manolo se le olvida que el exceso, alargar innecesariamente las faenas, no es lo correcto. Mi vecina de barrera, doña Norma Brown, exclamó: "¡Puede consolidarse como buen torero, si se da cuenta el momento en que debe finiquitar las faenas!". Efectivamente. Manolo rubricó su propuesta con otro certero espadazo, y si le fue concedida una merecida oreja. De Ángel García El Chaval, la prudencia aconseja mejor callar. |
|