La plaza llena como en las grandes solemnidades, pero en los chiqueros una descastada corrida de Samuel Flores y familia que no servía para nada. Mulos con pitones en el albero para que se estrellaran las esperanzas de muchos. Fernando Cepeda, tras lo de Madrid, se le nota con confianza y explota esas motivaciones para realizar un toreo pausado y con cierto pellizco. Al igual que allí, la gente se quedó sin verlo con el capote por la sosería del toro, pero en la muleta esa misma soseria le permitió acompañar con ese toreo suave que imprime al torear. La faena fue justa de muletazos, quince o veinte a lo sumo, pero con compás y la plaza la tenía rendida a sus pies. Un espadazo caído dejó el premio en petición y vuelta al ruedo. En el otro, un mulo, nada se pudo hacer. Vuelta y silencio fueron los premios a su labor. Ponce, se supone el elector del ganado, en el pecado llevó la penitencia y para hacer mejor a lo que tenía delante, le tocó porfiar para sacar muletazos al aburrido quinto. En el otro nada se podía hacer. Aplausos y ovación tras aviso. Dávila Miura por un momento soñó que se podía repetir lo del otro día al salirle como sobrero uno de Parladé en sexto lugar. No pudo ser; este no era como los lidiados días atrás, le faltó todo lo que les sobró a sus hermanos. Silencio en sus dos toros. Los toros del ganadero de Albacete llevan tiempo que no tienen más que fachada, aunque detrás todo sean escombros. Los que se apuntaron solo a este día no tendrán razones, a salvo los muletazos de Cepeda, para volver. |