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El dolor abismal, el estremecimiento telúrico, el alarido de acantilado por la desaparición de Joaquín Vidal no se borra, pese a que ya se cumplen tres años de tan triste suceso. No se nos quita de la cabeza a esa teórica especie a extinguir que son los aficionados dabuten (eso quisieran los taurinos, que desapareciéramos, digo; pero aún les vamos a dar muchas batallas, porque la guerra, reconozcámoslo, está perdida). Y menos se nos olvida todavía a los que tuvimos la suerte de trabajar junto a Joaquín durante casi tres lustros, como quien esto firma. Como en tantas ocasiones, y las que sean menester en el futuro, he hablado y escrito –en esta nuestra ‘opinionytoros’ también- de su independencia y rigor informativo, de su calidad periodística, de su glorioso estilo literario, cambiaré ahora el tercio. Para no repetirme, voy a relatar un punto de humor, cualidad que con inmensa socarronería dominaba igualmente Joaquín, perfectamente definido en esta anécdota. Aconteció en la cafetería de ‘El País’ la insigne jornada en que Curro Romero, con 60 años, había cortado una oreja en la feria de Otoño de Madrid. El periódico, entonces (lo sufríamos Joaquín y yo) como ahora (lo debe sufrir la discípula y gran aficionada Mari Paz Domingo, que en lo que le dejan publicar mantiene la línea crítica de aquellos tiempos y es un refresco junto a Villán y poco más), tenía escaso interés en la información taurina, relegada casi siempre a favor de otras noticias de valor más que discutible, por culpa de la jefatura de la sección cultural. Aquella noche, Joaquín se peleó con Cultura y con el redactor jefe de cierre para darle al acontecimiento currista la dimensión que merecía: amplio espacio en la sección para su crónica y para mi información exclusiva del paso del de Camas por la enfermería, volteado por el toro; y también intento de meter en portada la foto de Curro dando la vuelta al ruedo en loor (no olor, como escribe tanto plumilla inculto) de multitudes. No estaban las cosas claras para las intenciones de Joaquín, quien en un arrebato de inteligente rabia ideó la estrategia para lograrlo. Era la hora en que la mayoría de redactores –incluyendo a los jefes de cierre y de la sección cultural- y resto de trabajadores cenaban en la cafetería. El maestro (léase Vidal) entró, reclamó silencio con la autoridad y la admiración que tenía ganadas a pulso y espetó a grandes voces: “¿Quién conoce a ‘Os Resentidos’?”, por el grupo de rock que presentaba un nuevo disco y cuya información iba a predominar en Cultura. Hubo tibia respuesta y se alzaron sólo tres o cuatro manos, momento que aprovechó Joaquín: “¿Quién conoce a Curro Romero?”. Unánime respuesta con decenas de apoyos y gritos de “yo”, “yo”, “yo también”, etc. Joaquín, clavó la mirada en la mesa en que cenaban –hasta ese momento con alegría- los jefes y con su profunda voz de barítono gritó fuerte: “Que tome nota quien corresponda. No tengo nada más que decir”. Fue una estocada en todo lo alto –o quizás el bajonazo alevoso que se merecían algunos/as- coreada y vitoreada por todo el mundo a excepción de…!Exacto¡, los jefes de cierre y Cultura. Ambos coincidieron en llamar a Joaquín a la mesa y soltarle: “Eres un borde, Joaquín, pero enhorabuena”. Una vez de nuevo subidos y sumidos en la redacción, bastó una pequeña conversación de Joaquín (algo así como la puntilla) para conseguir el objetivo milagroso: Dos páginas para toros y la foto de Curro en portada, como casi todos los periódicos de aquel día. Joaquín, un genio cuyo recuerdo perdura y perdurará ‘per in saecula saeculorum’. Amén. Emilio Martínez - Periodista |
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