Se esperaba el día grande de Fallas. La fiesta por antonomasia valenciana, que en cualquier rincón de su bella ciudad es pura fiesta. Así es su plaza y sus gentes, pura fiesta. Pero para tal día han traído una corrida que de "fiesta" solo tenía sus sospechosas cornamentas; tanto es así que me he atrevido a decir a un amigo que es la más desmochada que he visto en mucho tiempo. Pero eso no era todo, dentro sólo llevaban mansedumbre, nada de casta ni raza, de trapío no digamos nada, pues nada hay que decir: no tenían. Estos productos -así habrá que llamarlos- Domecq, poco de bravo les va quedando dentro. Con ellos, sólo un torero venerado en su tierra y con la experiencia de mil batallas parecidas, podría inventar algo para que la fiesta existiera. Y lo inventó, eso sí con el mejor lote. Realizó dos pulcras faenas, medidas y con ese aire que imprime Ponce a sus faenas. Sabido es que es capaz de torear a un toro parado y sin raza y hoy lo ha vuelto a demostrar. Otra cosa es que aquello fuera digno de pasar a la historia. A la suya y a la de los amables espectadores valencianos, quedará otro día en el que el torero de Chivas sale por la puerta grande. Oreja y oreja en cada uno de su lote es el resumen de su actuación. El menor de los Manzanares, ha pasado por la feria con cierta pulcritud y sin poder llegar más lejos con los animales que le cupieron en suerte. Alguna tanda de naturales y una gran estocada es lo más importante para recordar. Ovación en su lote. El toricantano Juan Ávila no va a salir catapultado de esta su alternativa; más al contrario, puede ser otro más de los que después de tomar la alternativa en este día grande, no se le vuelve a ver. Tosco en sus maneras y con grandes deseos de agradar, pero sin ser capaz de resolver los problemas que le han planteado sus enemigos. Una actuación que solo ha de recordarla él, cuando se hizo nuevo matador. Aplausos y ligeras palmas es el resumen de su actuación. |