- Maestro: Hiciste la obra soñada en un pueblo. ¿Qué piensas al respecto?
- Uno piensa muchas cosas cuando se queda satisfecho de su labor. Pero sí quiero que sepas que, la obra soñada, el arte, en nuestro caso, surge cuando tiene que surgir; digamos cuando se encuentran un torero y un toro colaborador y, eso, no se puede predecir jamás. Imaginas que, me hubiera gustado que, el evento, hubiera tenido cita en Madrid pero, al margen de mis inolvidables faenas en las Ventas, la mayoría de mis faenas importantes, todas se dieron cita en pueblos; acción nada desdeñable, pero que no tiene la repercusión que se debiera.
- Cinco años que no te vestías de luces era mucho tiempo para que, los aficionados, volvieran a confiar en ti. Sin embargo, tras lo que pude ver, tengo la sensación de que, para ti, los años no han pasado. ¿Qué piensas al respecto?
- Mi virtud, si así se le puede llamar, es que he vivido día y noche para mi profesión de torero, por ello, llegado el caso, como tú dices, sorprendí a todos; pero y sabia lo que hacía, como allí se demostró. Los años pasan, para mí y para todos; pero queda, en mi caso, mi mentalidad de torero que es la que me ayuda y me motiva para sentirme tal.
- Honradamente, maestro, ¿pensabas que podías realizar aquella obra soñada que nos regalaste?
- No es que lo pensara; estaba convencido de ello. Era cuestión, como siempre ocurre, de que colaboraran los toros y, como éstos hicieron, me dejaron llevar a cabo esa faena casi perfecta que tenía en la mente y que, afortunadamente, pude crear. Mi problema, como sabes, han sido siempre los toros a lidiar; tengo la conciencia de que jamás se me ha ido un toro sin torear; algo muy distinto es intentar crear arte frente a un barrabás imposible; ni yo ni nadie lo puede lograr. Todos los artistas que hemos conocido, para poder cincelar su obra en los ruedos, han necesitado, de forma imperiosa, la colaboración del toro; sin toro, no hay arte.
- Los aficionados que allí nos congregamos, tras tu actuación, convenimos que fue una de tus tardes más hermosas. ¿Es así?
- Yo diría que, tras todo este tiempo sin torear, digamos que fue mi tarde más emotiva; el regreso, la incertidumbre y muchas cosas más que todos los aficionados albergaban y que, al ver cuanto hice, me emocioné cuando veía llorar a muchas personas tras la emoción que sintieron al ver mi toreo.
- Y mientras muchos llorábamos de emoción y se nos secaba la garganta de vitorearte, tú sonreías frente a la cara del toro. ¿Se puede sonreír mientras te estás jugando la vida?
- Era normal; estaba feliz, dichoso al comprobar que un toro me estaba dejando hacer el toreo que siempre soñé, el que muchas veces interpreté y el que, a su vez, hoy en día, lo tenemos casi en desuso. Digamos que, estaba, con mi sonrisa, bendiciendo mi suerte de aquellos momentos.
- ¿Capote o muleta, Gregorio?
- Fíjate qué curioso; me alegra que me preguntes eso puesto que, durante muchos años, tuve que luchar para explicar la cuestión. Siempre me atribuían una gracia especial con el capote y, puedo asegurarte, porque lo demostré muchas veces, que yo toreaba mejor con la muleta que con el capote. Sin embargo, en esta tarde de que hablamos, ufanamente, creo que estuve a igual nivel, tanto con capote como con la muleta. Me sentí torero con las verónicas, con las chicuelinas, con las medias verónicas.....pero mi punto álgido de creatividad, creo que llegó con la muleta. Estuve feliz y dichoso toreando al natural; es más, creo que, gracias al toro, pude dar esa lección práctica que siempre llevaba en el alma y que, mis enemigos, se encargaban de que la llevara a cabo. Mis faenas, de forma concreta la segunda, sencillamente porque el toro ayudó más, me dejaron satisfecho y contento.
- Estuviste brillante hasta con la espada. ¿Podemos calificar esa acción como un milagro?
- No exageremos la nota, amigo. Posiblemente, tras este tiempo sin torear, el destino me tenia deparado que, en dicha tarde, hasta pudiera redondear con la espada aquello hermoso que antes había creado. Pero fíjate, tú que me conoces mucho, aprovecho ahora para darte la razón respecto a las estocadas puesto que, sobre el asunto, como ahí no cabe el arte y sí la técnica, recuerdo que siempre me decías que, los toros, para matarlos, hay que cogerlos en corto. Me acordé de dicho consejo y, tenías tu razón, no lo puedo negar; me puse muy cerquita y, la espada entró al primer envite.
- Como tú has confesado cientos de veces, en los sorteos, siempre te llevabas el peor lote; si un toro no embestía, ese le tocaba a El Inclusero. En esta tarde inolvidable, ¿qué sentiste cuando comprobaste que el mejor lote era el tuyo y que, ese segundo toro, embestía de aquella forma tan noble?
- Acepto, como dices, que mi segundo toro, posiblemente, fuera el toro de la tarde pero, la corrida, en general, me gustó muchísimo. Pienso que todos los toros colaboraron por la causa de los toreros; algo distinto es lo que cada uno pudo hacer. Es cierto que sentí una alegría muy grande, una dicha que, como antes decíamos, me hacía sonreír durante el transcurso de la faena. Casi no me lo creía pero, mientras tanto, ya viste, me entretuve en crear esa faena bella que tan feliz me hizo y, como comprobé, dejó radiantes a los aficionados.
- Como dato curioso, maestro, pudimos ver por allí a un grupo de aficionados de Madrid, concretamente, del tendido del siete y, te puedo asegurar que, los mismos, lloraban de la emoción que estaban sintiendo. ¿Te percataste de ello?
- Evidentemente. Estaban en barrera y les pude saludar. Luego, tras la corrida, cambiamos impresiones y, ellos, convencidos, me decían que, dicha faena, en Madrid, hubiera sido premiada con dos orejas, algo que me hizo feliz puesto que yo, que conozco tanto la idiosincrasia de dicha afición, sabía que decían la verdad. Recuerdo ahora que, en una actuación mía en Las Ventas, tras haber dado un mitin con la espada, el público de Madrid y de forma concreta el tendido citado, me vitorearon con frenesí en las vueltas al ruedo.
- Ahora maestro, para finalizar, la pregunta sería la misma: ¿ Ahora qué?
- Sencillamente, a vivir y sentir como torero, a tratar de difundir a las empresas este éxito, mejor digamos este tratado de torería que pude interpretar y, a su vez, intentar repetir, donde sea y como sea esta actuación y que todo el mundo comprenda que no existió el milagro; que si un toro repite veinte embestidas, la obra, se puede repetir mil veces si es necesario.
- Gracias, maestro. Toda la suerte del mundo para ti puesto que la mereces.