Colombia es algo más, mucho más que el país de la droga como nos quieren hacer ver; se trata de un país bellísimo en el que, entre sus gentes fantásticas, surgen genios desde cualquier esfera de la sociedad. Al respecto, podría ocuparme de muchos pero, dado el carácter de nuestra publicación, www.opinionytoros.com, toda ella de temática taurina, hoy me ocupo del maestro César Rincón, en esta primera entrevista en nuestra pagina. Inauguramos revista, sección y entrevista y, nadie mejor, dentro del planeta taurino, para hacer el despeje de cuadrillas como César Rincón, el maestro bogotano que tiene el corazón dividido entre dos mitades; Colombia y España, como no podía ser de otro modo. La primera, su tierra natal, la que le vio nacer; la segunda, la que le admiró, cobijó y supo darle la oportunidad para lanzarle al estrellato de la gloria, algo que él, sólo él, se ha ganado con su tremendo esfuerzo.
Han pasado los años desde en que, siendo muy joven, Rincón, albergaba todas sus ilusiones en aras de ser un torero de vitola; muchas penurias acompañaron al maestro hasta llegar a la cima; llevaba tiempo en la sima y, con tu talento, tesón, esfuerzo, torería y desprecio a la vida, puesto que él sabia que, su profesión, ante todo, era un juego con la muerte; con semejante bagaje y gracias a Madrid, supo encaramarse hasta lo más alto de su profesión. César Rincón vivió varios años de ostracismo; años de penitencia en que, por momentos, creía que su sueño jamás se haría realidad. Pero llegó el año 1991 en que, por fin, tras una dignísima actuación en Madrid, la empresa, le incluyó en los carteles de San Isidro y, tras aquella actuación de puerta grande, a lo largo de la temporada, concluyó con tres nuevas salidas por la puerta de Madrid, aval más que suficiente; digamos que jamás logrado por nadie y que le permitió codearse con las más grandes figuras hispanas. Tras semejante epopeya, ya no era “un colombiano que quiere ser toreo”; era, ante todo, un maestro consumado que, habiendo nacido en un lugar hermoso en el mundo, llegaba al toreo para dictar lecciones. Así, durante una década en que, tanto en España, Francia, como en América, el diestro de Bogotá, impartía su tauromaquia particular y singular; sólo una cruel enfermedad, contraída por una mala transfusión de sangre, pudo frenar la carrera ascendente de César Rincón. Se temió por su vida; y él lo sabía. Era, ante todo, una nueva lucha; si antes anhelaba la fama, ahora quería conservar la vida. Y lo logró. Durante tres largos años permaneció en un duro cautiverio que, sólo su fe y la medicina, pudieron lograr el milagro de su recuperación.
- Pocos como usted, maestro, despertaron tantas preocupaciones en torno a su persona cuando contrajo aquella maldita enfermedad. ¿Qué queda de todo aquello?
- La satisfacción de haberla vencido y, ante todo, la gratitud que pude sentir por todos aquellos que de mi persona se preocuparon: una vez más, gracias; es lo más lindo que se me ocurre para todos ustedes.
- Usted, maestro Rincón, pudo tocar la gloria con sus manos y, el éxito, jamás le envileció; a Dios gracias, usted sigue siendo el hombre humilde que todos conocimos. ¿Dónde está la clave de su éxito, como torero y como hombre?
- Uno, por muy alto que llegue, jamás debe olvidar sus orígenes y, en la vida, sólo estamos de paso; incluso todo es efímero. Hoy puedes estar en lo más alto y, mañana haberlo perdido todo, como tantos casos he conocido. Por todo ello, si de un éxito puedo hablar es sentirme como soy; está claro que, mi enfermedad, entre otras muchas cosas, me sirvió para darme esa cura de humildad que todos necesitamos; además de curar mi cuerpo, como es sabido por todos. Y, como torero, quiero expresar que, tras tantos años de profesión, todavía alberga dentro de mí ser, ese concepto de la pureza, la verdad con mayúsculas y ese deseo inmaculado por trasmitir aquello que mi corazón siente.
- Tengo la sensación de que usted vive muy de lleno su presente. ¿Digo bien?
- ¡Y tan bien ¡ Ya lo dijo el maestro Facundo Cabral, “vive el presente porque es la única estación en la que pasarás el resto de tu vida”. Aferrarse a los recuerdos, es algo que me parece baladí. Aquello de “yo fui” no sirve para nada; si acaso, para fortalecer y engrandecer la leyenda de cada cual, pero poco más.
- Hablamos tras su éxito en San Sebastián y, le noto contento, satisfecho; casi exultante de felicidad, maestro. ¿Cree usted que estamos admirando, ahora mismo, al mejor Rincón de todos los tiempos?
- Digamos que, mi toreo, en estos momentos, tiene reposo; no tengo prisas, no tengo metas, pero si tengo la bendita ilusión por crear bellas faenas que, ante todo, me embriaguen, a mí el primero y, acto seguido, a poder ser, a todos los aficionados.
- Si me permite, maestro, tras verle en Valencia, no tengo recato en confesarle que estuvo usted sublime. Torería de la cara nacía de sus brazos y sentidos. ¿Ha sido ésta su mejor tarde en esta temporada?
- Sonará a tópico pero, dentro de mi ser, todavía albergo la ilusión por hacer la mejor faena; qué duda cabe que, en Valencia, como en otras muchas plazas, me sentí torero y, esa ilusión es la que pude trasmitir a los tendidos.
- El pasado año, maestro, me temo que hizo usted una temporada de transición en la que, ante todo, pudimos comprobar que habíamos recuperado al hombre; ciertamente, a lo largo del ciclo taurino, usted nos deleitó con algunas faenas bellísimas y, este año, nuevamente a por todas: plazas de primera, compromisos de auténtico lujo y torería por doquier. ¿Quiere decir todo esto que hemos recuperado totalmente al torero llamado César Rincón?
- A Dios gracias, así es. Sepas que, jamás eludí compromisos vitales; ocurre que, en la pasada temporada, salía yo del calvario de mi enfermedad y, mi sentido de la responsabilidad, obviamente, me impedía acudir a las grandes citas mientras no comprobara yo mis verdaderas posibilidades.
- Por ello, una vez comprobado que su estado físico era perfecto, no dudó un instante en acudir a Sevilla para, tras el ciclo, convertirse en el gran triunfador de la feria. Sevilla era una plaza que casi siempre se le resistió; que en una ocasión regó su albero con su sangre. Al final, en este año, pudo ser por completo. Su dicha, al respecto, imagino que sería tremenda, ¿verdad?
- En esta profesión de torero, cuando uno logra el objetivo soñado, se palpa la gloria a través de la emoción que sienten los aficionados y que, a su vez, trasmiten a tu persona; es algo maravilloso, casi inexplicable de definir. En esta feria de abril, al fin vencí y, lo que es mejor, convencí.
- Luego vendría Madrid en que, todos, irremediablemente, pudimos comprobar que, en dicho día, los aficionados de las Ventas, por vez primera, fueron injustos con usted. Su cara, maestro, la pudimos ver por TV y, era un poema; no daba usted crédito a lo que estaba pasando. ¿Se sintió decepcionado?
- Yo creo que, más que decepción, me invadió una tristeza tremenda; me jugué la vida de verdad y, quizás por querer darle toda la gloria al toro, me desnudé yo mismo. Nunca entenderé aquella actitud, aunque siempre gozarán de mi respeto, precisamente, una afición que me respaldó y me dio toda la gloria posible. Recuerda que, cité al toro de muy lejos, para dejarle ver; pero había mucho que torear y, me temo, así lo creo, que hice lo que debía. El toro engañó a todo el mundo; parecía una cosa pero, frente a él, la situación era muy diferente a la que el toro proclamaba. Me quedo, claro está, con la satisfacción de haberle dado la lidia adecuada, por tanto, de hacer lo que el toro demandaba. Yo creo que, la definición exacta sería que, el toro, equivocó a todo el mundo; menos a mi, por supuesto.
- ¿No cree usted que, su mayor riesgo, maestro, lo asumió el día que decidió ser ganadero de reses bravas?
- Yo no lo veo así. Era otra de mis ilusiones y, la pude llevar a cabo, por tanto, me siento feliz; con toda seguridad, mis toros, ya me han dado muchas alegrías, como algunas decepciones; pero me siento feliz al respecto. Es más, ser ganadero de reses bravas creo que es una profesión en la que, de vez en cuando, los toros, se encargan de darnos lo que se dice una cura de humildad, que tampoco nunca viene mal.
- Casi 22 años después de su alternativa, maestro, ¿qué siente usted cuando, a estas alturas, sigue poniendo “firmes” a todo el escalafón actual?
- Yo no pongo firmes a nadie; siempre pensé que, dentro de los ruedos, mi gran enemigo se llama César Rincón: quiero decir que, en la arena, yo solito tengo que arreglar los problemas y, esa tarea, hace que me olvide del resto del mundo, incluidos compañeros.
- Triunfos con sangre porque, este año, una vez más, sus carnes se desgarraron con la cornada y, aquella circunstancia, le impidió torear en Madrid la corrida de Beneficencia. ¿Qué le dolió más la cornada o la ausencia de Madrid?
- Sin lugar a dudas, no poder volver a Madrid para, como era mi intención, ratificar mis grandes éxitos de antaño. Obviamente, yo no quiero que me coja un toro; pero esta profesión es así de hermosa y, la sangre de los toreros es la que, pese a todo, sigue dándole credibilidad a esta maravillosa fiesta.
- Usted cosechó toda la gloria posible en España y, sin pretenderlo, se convirtió usted en el más grande ídolo de la afición francesa. Es más, según me ha contado, nuestra compañera en Francia, la señora María Corbacho, amiga en común, goza usted en el país vecino con la misma intensidad que lo pudiera hacer en Colombia, por citarle su bellísimo país en que es usted ídolo admirado. ¿Qué siente al respecto?
- Una dicha muy grande puesto que, en Francia, existe una afición muy entendida en la que, ante todo, rinden culto al toro; para ellos, y es algo admirable, el toro es el primer protagonista, por tanto, todo lo que un torero haga con empaque y sentimiento, se le valora de una forma sublime. Ciertamente, en todas las plazas de Francia me siento como en el patio de mi casa.
- Dicen, maestro, que su caché es inamovible y que, por esta razón, usted ha dejado de actuar en algunas plazas. ¿Cuál es su grado de exigencia?
- En estos momentos, aunque te parezca extraño, estoy toreando por pura afición, por una pasión enfermiza por aquello de hacer y lograr la obra soñada; el dinero, como el lógico, siempre es algo secundario, sin olvidar, claro está, que si mi nombre genera unos ingresos, es totalmente lícito y humano que yo pueda llevarme, de forma honrada, la parte que me pertenece. Llegué al toreo para crear arte y, ante todo, para dignificar mi profesión en aras de todos mis compañeros y del toreo todo.
- ¿Y no le preocupa lo que hagan los demás?
- En absoluto. Yo quiero ser, sin dañar a nadie, el patrón de mi vida que, no creas que no es poco.
- ¿Cree usted que, público y crítica sienten al unísono?
- Precisamente, esa es mi meta. Y creo que lo estoy logrando. Es tremendamente hermoso comprobar como te vitorea el público y, más tarde, comprobar que el crítico siente lo mismo. Lograr ese binomio, sin lugar a dudas, es la mayor felicidad que uno pueda sentir; ver que todos están de acuerdo, es algo inenarrable.
- ¿Qué metas se ha trazado usted desde que reapareció?
- Crear obras bellas dentro de los recintos taurinos, sin lugar a dudas, la máxima aspiración de todo torero que se precie. Lo de las grandes cifras, record y números, todo queda en un segundo lugar. Ahora, mi convicción, como te digo, es la de crear esas bellas faenas que todos ansiamos, yo el primero y, más tarde, ver como se deleita el público con mi toreo.
- Maestro, tal y como está el panorama del toreo ahora mismo, ¿se siente usted el mejor?
- Siento que soy César Rincón y, con eso está todo dicho. Asumo mis responsabilidades y, esa hermosa tarea es la que vive conmigo todos los días en que actúo. Intento dar lo mejor de mi torería que, no es otra cosa que, comprobar como goza el aficionado con mi obra.
- ¿Cuál es el futuro de usted, maestro?
- Como antes hemos dicho, yo vivo el presente porque el futuro es cosa de Dios.
- Que siga teniendo usted esa bendita racha de éxitos y, como siempre, que Dios le siga bendiciendo.