Esta entrevista que tiene ante sí, fue realizada el 11 de Enero de 2002, tres meses antes de la triste desaparición del Maestro.
Escribir, que es lo que amo y es mi tarea, me llevó a conocer hace ya muchos años, al maestro Vidal. Era mi época en la revista EL MUNDO DE LOS TOROS, aquella publicación mallorquina que, junto a Juanito Bochs, viví un tiempo inolvidable. Era el tiempo en que, la entrevista, como género periodístico, me apasionaba hasta extremos de veneración y, en aquellas tertulias, no podía faltar Joaquín Vidal, el personaje que, tras tantos años, me dejó una huella imborrable.
Han pasado los años y, de nuevo, la vida me ha invitado a conversar con el maestro Vidal, hombre carismático, poco amigo de difundir su imagen puesto que, según él, la importancia es siempre de los demás, razones por las cuales, su figura, pretende siempre que esté en el anonimato. Cierto es que, platicar con el maestro es siempre un lujo tremendo. Joaquín Vidal nos habla de su trabajo, incluso de su salud y, por encima de todo, nos vierte toda su ciencia periodística que, en los momentos actuales, ostenta el galardón de ser el número uno en el periodismo taurino.
He podido saber, maestro, que en los últimos tiempos, su salud estaba un tanto resquebrajada, incluso, algunos, ya querían buscarle sustituto para EL PAIS, ¿cómo se encuentra?
Me encuentro bien, afortunadamente, después de un mal trago pues la afección que detectaron los médicos ha sido seria. La salud nunca se sabe cuándo se quiebra (a veces ni por qué) pero no descartaría que durante muchísimos años me haya pasado en exceso de trabajo, no tener vacaciones y asumir demasiadas responsabilidades. Necesitaba un descanso y parecerá paradójico pero el componente de descanso del tratamiento y la actual convalecencia noto que me han sentado estupendamente.
Celebrando que esté mucho mejor, si le parece, conversemos sobre los toros, la fiesta que tanto nos apasiona. Según usted, ¿cómo es el momento actual de la fiesta?
Es muy complicado y me temo que no estemos viviendo, precisamente, su mejor momento. El plantel de toreros, a todos los niveles, seguramente será igual en cuanto a calidad y posibilidades que en cualquier época del toreo, mas queda devaluado por ese toro amorfo que se lidia y por el público desinformado y triunfalista que acude a las plazas. Hay público pero no hay afición. Prolifera la producción ganadera pero el auténtico toro de lidia ha desaparecido de los ruedos. El toreo que se hace nada tiene que ver con la interpretación en pureza de las suertes pues se trata de un pegapasismo ventajista, monótono y adocenado fruto de la degeneración en el arte de torear.
Al margen de entender todo cuanto me dice, maestro, vivimos una época, yo diría que dramática para la fiesta puesto que, como usted sabe, al margen del arte propiamente dicho, cualquier vulgar pegapases, le convierten en figura máxima de la fiesta y, así nos luce el pelo. ¿ Quiere esto decir que ya no quedan aficionados?
Sí, según te apuntaba, y quizá esta carencia sea ya irrecuperable. Desde los orígenes de la fiesta hasta hace un par de décadas, las generaciones se sucedían en los tendidos sin solución de continuidad; los aficionados veteranos ilustraban a los jóvenes, en tanto los aconteceres variados, emocionantes e impredecibles de la lidia iban consolidando en estos la afición. Eso, ahora -con pegapases, sin toro, sin aficionados- ya es pura quimera.
Hablan, maestro, respecto a las caídas de los toros, que existe un mal congénito en la camada brava que, éste, hace que se caigan los toros. ¿A quién querrán engañar? Y se lo pregunto porque yo no me lo creo, ¿lo ve usted así?
Ese mal congénito, si existe, nadie lo ha definido, no ha explicado sus causas y sospecho que se trata de una vulgar patraña. El mal, en mi opinión, es adquirido y fraudulento; qué quieres que te diga. Los toros no padecen esa falta de agresividad totalmente ajena a su propia naturaleza ni se caen continuamente por falta de casta o por estrés, como dice por ahí algún botarate, sino porque están manipulados.
Los taurinos, señor Vidal, deben ser muy torpes puesto que, ni siquiera saben cuidar de su propio negocio; viven el presente y, el futuro, el que todas las empresas se labran con trabajo honrado, lo olvidan por completo para, luego, quejarse de que el público no asiste a los toros. ¿Cómo entiende usted esas actitudes de los taurinos?
Los taurinos actuales también han experimentado un enorme cambio. Me refiero ahora a empresarios y apoderados, por supuesto. A gran parte de ellos les caracteriza la incompetencia profesional, son ellos los que están llevando a la ruina un espectáculo que casi se defendería sólo por su arraigo popular. Aquellos taurinos que conocí en mis primeros años de informador y cronista, con quienes departí muchas horas hablando de toros, la mayoría de ellos imaginativos, ocurrentes, que conocían la fiesta y la amaban de veras, también han desaparecido. Los taurinos actuales son, sinceramente, bastante ineptos y aburridos. O sea, como los pegapases, pero en taurino.
La independencia de que usted disfruta como crítico es la que le hace diferente. Y se lo digo puesto que, como usted sabe, algunos toreros, especialistas en comprar a algunos críticos, con usted, todavía nadie se ha atrevido. ¿Quiere esto decir que lleva escrita usted la honradez en su rostro?
Hombre, no creo. Cada cual tiene en la vida una determinada actitud y un servidor tendrá la suya. Por ejemplo, la independencia es una aspiración que persigo y el respeto profundo a mi profesión, junto a mi vocación periodística, guían mis comportamientos. El periodista -entiendo-, que se debe a los lectores y tiene la obligación de ejercer con honestidad absoluta la libertad de expresión, ha de estar preparado para la tarea, informado sobre la materia que trata, ser veraz y comportarse con modestia. Una vez dicho (y comprobado) lo que tiene que decir, con asunción inequívoca de lo publicado, deja de ser protagonista de nada. Y hasta la próxima.
¿Qué recuerdos tiene de su época en Informaciones de Madrid y teniendo como compañero a nuestro admirado Alfonso Navalón?
Imborrables. Navalón, aficionado cabal, magnífico escritor y valeroso defensor de la pureza de la fiesta, dio un vuelco a la crítica taurina e hizo escuela. Yo colaboré con él, que acababa de dejar “Informaciones”, en “Pueblo”. Me llamó porque me leía en “La Codorniz” y estuvimos juntos un año, crítica e informativamente muy fructífero, pues poseíamos igual concepto de la fiesta, nos entendíamos de maravilla y además mantuvimos una verdadera amistad que sigue hoy igual que el primer día. En realidad éramos dos buenas personas. Hacíamos periodismo, así de claro. Luego pasé a “Informaciones”. Y, de allí a “El País”.
Evita la ocasión y evitarás el peligro, reza uno de nuestros refranes más populares. ¿Es por ello por lo que usted, en las ferias, se hospeda en los hoteles que no habitan los toreros?
No exactamente sino porque hospedarse donde están los toreros, los ganaderos, los empresarios, los apoderados, los mozos de espadas, los ayudas de los mozos de espadas, los partidarios de las figuras, los aficionados de hotel, los aduladores, los gorrones y los trincones es una lata.
Angel María de Lera, en una de sus novelas, decía aquello de que, se vende un hombre. ¿Cuál sería su precio?
No sé. La verdad es que todos valemos menos de lo que creemos. Un servidor vale tan poco, que es preferible seguir como hasta ahora.
El taurinismo, señor Vidal, le contempla a usted como el látigo fustigador de sus actitudes y, sin embargo, algunos toreros, en silencio, tienen enmarcadas algunas de sus crónicas. ¿No es eso un signo de cobardía? Quiero decirle que, si yo le odiara a usted, por consiguiente, no quisiera saber nada de su persona, claro que, el mundo de los toros, es un mundo muy particular, ¿no cree?
No creo que sea tan particular. La mediocridad es universal y lo invade todo. De cualquier forma imagino que la mayoría de los toreros y de los taurinos, efectivamente, no querrán saber nada de mi persona y me parece muy bien.
Usted, en sus crónicas, mezcla la literatura más bella, la ironía más fina y la honradez personal de la que usted hace gala. ¿Es eso el resultado final de su verdad?
Es cierto que procuro escribir lo mejor posible, y si lo que publico sale mal será culpa mía. A veces nos justificamos en las circunstancias con que se hacen las crónicas (nunca hay tiempo; las mías de Madrid, por ejemplo, he de escribirlas desde un garaje), pero esos son gajes del oficio. Esforzarse en escribir bien y documentadamente forma parte del mínimo respeto que es debido a los lectores, y, desde luego, una convicción personal. Si en las crónicas se advierte ironía puede que se deba a que traslucen algún recoveco de mi personalidad o de mi carácter. Cuantos escriben -tú mismo, con tu gran experiencia, lo sabrás perfectamente- aportan a sus escritos parte importante de sí mismos. Con una salvedad: los que no saben escribir. Se dan casos… Hay algunos por ahí que ocupan tribunas y parecen analfabetos funcionales. Estos lo único que aportan es su pobreza intelectual. Mal asunto, ¿verdad?
Me fascina de usted, como a todo mortal aficionado que se precie, su sentido hermoso por la dignidad; quiero decirle que, para usted, una faena bella digna de ser cantada y contada, sin importarle el protagonista, ello dice todo en su favor, ¿verdad?
Puedo asegurarte que los mejores gozos que haya podido tener en mis muchos años de cronista se han producido al presenciar e intentar contar el toreo bueno. Soy de aquellos a quienes, aun ahora –o probablemente ahora más que nunca- se les pone un nudo en la garganta y hasta se les saltan las lágrimas cuando ven una suerte o no digamos una faena, concebidas con torería y ejecutadas en pureza. Viene después narrarlo y mi preocupación es entonces transmitir lo que he sentido. Lo que ni es fácil ni hay garantía de que se llegue a conseguir.
Recuerdo, maestro, que una vez, usted y yo, hablábamos de las injusticias que se dan cita en el mundo del toro y, sin embargo, los otros, los que están en la “trinchera” distinta a la nuestra, dicen que es el toro el que pone a cada cual en su lugar. ¿Cuál es su teoría al respecto?
Tarde o temprano el toro, efectivamente (si hay toro; el borrego es cosa distinta) acaba poniendo a cada cual en su lugar. Claro que una injusticia, tan frecuente en el mundo taurino, puede impedir que se produzca esa oportunidad. En el mundillo taurino las injusticias y las arbitrariedades están a la orden del día.
Chesterton, maestro, decía siempre que, la verdad debería ser el único argumento para mover al mundo y, en los toros, como usted sabe, casi siempre ocurre todo lo contrario. Menudo dilema,¿ verdad?
La verdad nunca ha movido ni el mundo ni el Planeta de los Toros, como lo llamó el maestro Cañabate. Los intereses creados, las manipulaciones que perpetran sus beneficiarios, nada tienen que ver con la verdad.
A veces, señor Vidal, en esto de los toros, analizo, profundizo y sufro, entre otras cuestiones porque, entre otros asuntos, me suelo preguntar para qué diablos sirve una asociación de matadores de toros cuando, todos, sin distinción, son vapuleados por el poder; es decir, todos callan para, llegado el caso de ser figuras, tomarse la revancha. ¿No sería mejor que se unieran todos, ricos y pobres, y defendieran su pan?
Tienes toda la razón. Pero son ellos quienes deberían defender sus derechos y ponerlos bajo la bandera de la dignidad.
Antonio Bienvenida, el inolvidable maestro de Madrid, decía que, el arte es aquello que te llevas a tu casa y queda prendido en tu mente tras haber presenciado un festejo. ¿Qué recuerdos inolvidables se llevó usted a casa en la pasada temporada?
Buenos, algunos. ¿Inolvidables? Permítame que haga memoria… ...
Alguien me dijo, señor Vidal, que ha sido usted amenazado muchas veces por decir la verdad, amenazas cobardes refugiadas en el anonimato. ¿Qué ha sentido usted al respecto?
No tantas, que yo sepa, aunque sí hubo presiones en mi entorno y sufrí un atentado (atentado físico, con propósitos mortales) del que me salvé por milagro. No lo sabía, ¿verdad? Pues ocurrió. En Sevilla, por más señas.
Tagore dijo aquello de, nunca mientas, aunque te perjudiques que, al final, tendrás el premio, la recompensa. ¿Tuvo usted su premio por decir siempre la verdad?
Sí. Andar honestamente por la vida -y, desde luego, en nuestra profesión periodística- siempre es gratificante y reconfortante.
¿Podría usted “dibujarme” su versión en torno a un torero artista y a un torero valiente, es decir, la diferencia que usted pueda encontrar entre ambos?
Cuidado con la disección: el torero artista, quiero decir, el que hace el toreo en pureza, cargando la suerte y todo lo demás, posee un valor contrastado. Hace falta una valentía enorme para torear así: traerse al toro toreado, cargarle la suerte al meterlo en jurisdicción, ligarle los pases sin pérdida alguna de terreno… Eso es el toreo auténtico que pone permanentemente a su artífice al borde de la cornada. Lo demás es tremendismo.
Como usted sabe, son cerca de 500 hombres lo que, censados como tales, quieren vestirse de toreros. ¿Qué futuro piensa usted que pueden tener estos hombres ilusionados cuando, como todos sabemos, solo hacen falta 12 toreros para montar todas las ferias?
Un futuro oscuro y problemático, como se decía del reinado de Witiza. Pero en el mundillo taurino siempre ha sido así: manda uno (o dos), se enriquece media docena si llega, otra docena come, y el resto, a verlas venir. El concierto taurino, en esta época y en todas, no da para más.
Mi conciencia duerme bien y mi cuerpo vive mejor, lo dijo Borges, y, seguramente, usted, tomó como suya esta máxima “borgiana”. Convencido estoy, maestro que, tener la conciencia tranquila es la mejor forma de vivir, aunque a uno le lluevan enemigos, ¿verdad?
Pues sí, exactamente.
Deseándole toda la salud del mundo para que, en breve, nos sigamos deleitando con sus bellas crónicas, dígame todo cuanto se le ocurra. Mil gracias y que Dios le siga bendiciendo.
Gracias a ti, amigo.