Adorna hoy nuestra página Web, justamente, un torero de vitola, un hombre apasionado por las causas más artísticas que, en ocasiones, se le ha tachado de indolente y, al margen de su arte, su valentía es tan grande que, un buen día, hasta decidió tomar la alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid. Hablo de Fernando Cepeda que, hoy por hoy, es uno de los más dignos representantes de la causa del arte por los ruedos del mundo. Cepeda tiene son, ritmo, empaque natural y, por los cuatro costados, huele a torero.
Ocurre que, el gentío en masa, para darse cuenta de la grandeza de nuestros artistas, erróneamente, siguen pensando que, artista es todo aquel que torea mil tardes por temporada y, ese es el gran error. ¿Quién ha dicho que el arte se mide por cientos, miles de actuaciones? Un torero puede torear todos los días y, por el contrario, ser un asalariado de su profesión y, como Cepeda, torear poco y ser un torero inmenso; más mérito todavía el suyo porque, prodigarse poco y, para colmo, convencer mucho más que muchos, ello es un mérito innegable.
Viene usted de triunfar en Madrid y, quiero pensar que, ahora mismo, su ánimo será pletórico, ¿verdad?
El triunfo siempre alegra y, si éste se produce en Madrid, conforme están las cosas, hasta puede sonar a milagro. Y digo milagro en el sentido de que, imagina la de cosas que tienen que confluir para que un éxito se de cita y, mucho más, repito, en Madrid.
Dicen, maestro Cepeda que, su faena el domingo de Ramos en Las Ventas resulto ser breve, pero rotunda; corta, pero bellísima. ¿Está usted de acuerdo con lo que dijo la crítica?
Ante todo, estoy de acuerdo con lo que yo hice, más luego, el público y la crítica, al unísono, todos coincidían con mi opinión, algo que me hacía muy feliz.
Y, sin embargo, maestro, en esta ocasión casi pasó usted de puntillas con el capote; apenas pudo deleitarnos cuando, con el percal, borda usted las verónicas como pocos en el mundo, lo cual quiere decir que, el capote que tanto le hemos “cantado” no influye para nada en que sea usted el mismo torero con la muleta. ¿Digo bien?
Por fortuna para mi, me siento torero, tanto con el capote como con la muleta y, a las pruebas me remito. Pero es el toro el que, a fin de cuentas, al final, suele decidir; en esta ocasión de que hablamos, los toros no se dejaron con el capote y, a mi segundo, con la muleta, pude hacerle el toreo que cada noche sueño.
Cuando no encontramos el éxito, maestro, todos buscamos culpables alrededor nuestro y, de este modo, nosotros quedamos al margen y, a su vez, nos exoneramos de nuestras culpas. ¿Qué grado de culpabilidad tiene usted por no haber logrado metas más altas?
Hombre, en definitiva, visto con la realidad, toda la culpa de mi situación es totalmente mía, aunque el factor suerte, juega un papel importante. En mi caso, toreas poco y, para colmo, en ocasiones, con toros nada apropiados para el éxito. De este modo, es todo mucho más complicado. Si a un torero le embisten, pongamos por caso, el ochenta por ciento de sus toros y no resuelve, entonces si estamos ante un verdadero problema. Pero si toreas poco y, para colmo, los toros no ayudan, la verdad es que no me siento culpable ante nada ni ante nadie.
Usted, como se ha comprobado muchas veces, no le importa empezar la temporada en Madrid cuando, tantos, para torear en Las Ventas, intentan torear antes en muchos sitios con la finalidad de sentirse preparados para el evento. Como le digo, usted llega a Madrid como si estuviera en el patio de su casa. ¿Es su fe, su convencimiento interior el que le ayuda para llegar a Madrid con esa naturalidad impropia de los toreros?
Por supuesto que es una cuestión de fe; saber que, un ¡olé! en Madrid puede provocarte las más bellas sensaciones para el arte, eso conmueve a cualquiera que tenga sentimientos a flor de piel y, sin lugar a dudas, ese es mi caso. Eso del miedo escénico por acudir a Madrid, no es otra cosa que, la falta de convencimiento en el propio quehacer del torero porque, como se evidencia, Madrid, es la plaza más sencilla del mundo para triunfar.
En estos casi veinte años de alternativa que lleva usted, ¿no cree que, quizás, su esfuerzo, pudo haber sido mayor?
Yo respeto tu opinión pero, lo que se dice fracasar, no tengo conciencia de haberlo sufrido; no recuerdo que un toro se me haya ido sin torear y, ese es mi propio convencimiento respecto a mi profesión.
Al respecto de usted, maestro Cepeda, además de artista, dicen que es un hombre lógico que, tampoco le gusta prestarse al juego de torear donde sea y al precio que fuere. ¿Es ésta su grandeza?
Llámalo como quieras. Siempre creí en la dignidad de mi profesión y, si no he llegado más lejos es porque el destino así lo ha querido, aunque si te aseguro que, dignidad, la he puesto toda.
¿Qué prefiere, la gloria o el dinero? Y se lo pregunto porque usted, como todo el mundo sabe, está considerado torero de Madrid y, algunos que torean hasta de noche, en Madrid, jamás han dado una vuelta al ruedo.
Espiritualmente, me siento recompensado por aquello de saberme torero admirado por la mejor afición del mundo; claro que, como resulta que, no sólo de pan vive el hombre, quizás, como explicas, yo sea un torero muy afortunado. Ciertamente, he vivido de mi profesión y, de ahí la dignidad de que antes te hablaba que, jugarme la vida sin tener claros mis emolumentos crematísticos, a no ser por una causa benéfica y hermosa, nunca me gustó hacerlo.
Este año, por lo que vemos, empieza usted por todo lo grande. Antes de Sevilla ya tiene usted un triunfo grande en Madrid y, quiero pensar que, estos presagios, nos harán llegar a ver una temporada brillante de Fernando Cepeda. ¿Digo bien?
Así es. Cuanto menos, acudiré a Sevilla con una ilusión desbordante y, a Madrid, no quiero ni pensarlo; dos tardes en San Isidro y, seguramente, la tarde del 2 de mayo. Ilusiones, como se comprueba, las tengo todas; pero no te equivoques, tampoco quiero llegar a torear todos los días. Nunca ha sido esa mi obsesión porque, ante todo, el artista, debe de administrarse y, un torero, no puede ser una máquina que la pones en marcha y empieza a funcionar. Estamos hablando de una causa artística, por tanto, las actuaciones, hay que dosificarlas.
Sea como fuere, maestro Fernando Cepeda, usted, problemas al margen, ha logrado hasta ser profeta en su tierra y, ese logro, no crea usted que es causa baladí. Eso de tener una calle que perpetúe su nombre para la eternidad, imagino que debe dar un gozo extraordinario. ¿Es así?
Reconforta saberte querido, es la gran verdad y, me siento dichoso ante los míos y, por supuesto, ante toda la afición que me ha querido, respetado y, entendido. Resultó un hecho hermosísimo que jamás olvidaré. Desde aquí, una vez más, mi gratitud para los míos.
Yo sigo creyendo que, en definitiva, es usted un hombre afortunado; y lo digo en el sentido que, durante todos estos años que lleva usted como doctor en tauromaquia, ha toreado lo que se dice relativamente poco y, su gloria, por el contrario, ha sido mucha. ¿Dónde radica el motivo de este asunto?
Quizás que, mis éxitos, han llegado con una intensidad a veces no esperada pero que, a su vez, han calado en el sentir del aficionado y, ese es el motivo de mi gloria, como tú la defines. He tenido la suerte de ser un torero de recuerdos y, eso siempre es reconfortante; quiero decirte que, para fortuna mía, muchas faenas por mi realizadas, años más tarde, siguen siendo recordadas, de ahí, la inmortalidad de mi arte.
¿Se siente usted artista?
Por supuesto. De no ser así, ni yo ni nadie creo que hubiera podido aguantar tantos años de sacrificio; es decir, ha sido mi arte el que me ha mantenido vivo en los ruedos del mundo.
Según usted, ¿cómo definiría el arte?
Yo creo que, justamente, con lo que hemos dicho; que una faena sea recordada al paso de los años. Eso es el arte.
Maestro Cepeda, como dirían en su tierra, que Dios le bendiga y que, al final de la temporada, cuando hablemos, recordemos ese ramillete de faenas inolvidables que tiene usted ahora en la mente y que, seguro estoy, este año, tendrá usted la oportunidad de explicarnos a los aficionados. Mucha suerte.