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El Caracol  
  entrevista de Pla Ventura [ 22/12/2004 ]  
EL CARACOL, "EN CORTO Y POR DERECHO"

Este es el sugerente título que lleva el libro que ha escrito el matador Vicente Fernández El Caracol, el veterano diestro alicantino que, gracias al esfuerzo editorial realizado por la Diputación de Alicante, ha visto hecho realidad el sueño de contar sus vivencias, tanto en su faceta como matador de toros como antes, exponer lo que para él supuso una niñez y juventud repleta de miserias. Eran, claro, los duros años de una posguerra delirante en que, el hambre hacía furor por todas las partes del suelo patrio.
  “En corto y por derecho”, El Caracol, desgrana los pasajes más emotivos de su vida; de su carrera y de sus múltiples vivencias. No es una novela, aunque pudiera parecerlo; pero si es una amalgama de situaciones variopintas que, ante todo, estremecen al lector. Este hombre ha demostrado que, con fe, ganas, ilusión, coraje y desprecio a la muerte, pudo llegar hasta lo que él consideraba su meta: ser matador de toros y, a su vez, alardear de su alicantinismo por todos los ruedos del mundo. El nombre de Alicante, en la década de los sesenta y setenta, tomó fulgor en España, Francia y América, gracias a los triunfos de Vicente Fernández Bernabé, más conocido como El Caracol.
-  Los que conocemos un poco su trayectoria, maestro, entendemos que, en dicho libro, situaciones escabrosas de su vida, las ha tratado con un respeto tremendo. ¿Nunca tuvo ánimos de revancha para con nadie?
-  No es mi estilo. Yo quise, desde que me lo propusieron, contar algunos capítulos de mi vida, pero sin acritud; lo pasado, pasado está. Quise, en este libro, volver a gozar como en mis primeros tiempos, de esa desbordante ilusión que corría por mis venas; vamos, algo muy parecido al día que tenía que tomar la alternativa.
-  Por lo que he leído, maestro, me temo que, Jaime Ostos le debe a usted la vida. ¿Qué hubiera sido de Ostos de no haber taponado usted el boquete de aquella herida inmensa que padeció el diestro de Sevilla?
-   Pienso que Ostos le debe su vida a Dios y que, precisamente, nació aquella tarde en Tarazona. Yo hice lo que creo que debía; ayudar al compañero herido y, ante todo, sobreponerme ante una cornada de aquella magnitud. Sin lugar a dudas, entre compañeros, la cornada de este diestro es la más grande que he visto en mi vida.
-   ¿Qué sintió usted, maestro, cuando llega a Madrid y tiene que confesarle al maestro Domingo Ortega que usted no saber leer?
-    Me sentí muy mal; pero yo era sincero -lo fui siempre- y no podía engañar a nadie; ni a Alfredo Corrochano, el que sería mi apoderado y, mucho menos, al gran Domingo Ortega. Sepas que nací en una época desdichada en la que, lamentablemente, privaba antes el pan que los libros. No tuve otra opción que trabajar para ayudar en casa; eran muchas las penurias y, yo no podía andar de señorito en una escuela.
-    ¿Cómo recuerda aquellos años tan nefastos?
-    Ahora, bajo la perspectiva del tiempo pasado, hasta esbozo una sonrisa al recordar todo aquello. Pero, tanto yo, como todos los españoles de mi tiempo, valga la paráfrasis con el libro de Juan Ignacio Luca de Tena, lo pasamos muy mal.
-    Tras tantas cosas como deduzco de su libro, mucho me temo que usted fue torero gracias al hambre, ¿verdad?
-     Es verdad. Había mucha miseria a mí alrededor y, trabajando, pocas posibilidades le veía yo a que pudiera mejorar la situación. Me entró, lo que podríamos llamar una rebeldía interior y, en los toros, amigo mío, vislumbré una gran posibilidad para salir de la ruina en que andábamos sumidos.
-    Me ha cautivado su sencillez cuando, precisamente, el maestro Domingo Ortega resultó ser el primer hombre que le dijo a usted la verdad; es decir, le corrigió sus errores y, la lección, como se demostró, resultó ser magnífica. ¿Cómo se sintió usted cuando, el gran Ortega, le dijo a usted todos sus defectos y, lo que es mejor, la forma para corregirlos?
-   Obviamente, me sentí un triunfador; aquello de que Domingo Ortega reparara en mi persona y me ayudara con sus consejos, lejos de tomarlo como una crítica, lo tomé como la más grande lección que la vida pudiera darme; le hice caso y, acerté: y tanto como acerté.
-    Su caso, como el de otros muchos que conocemos, vino a demostrar que, para ser torero, lo primero que hacen falta son las ganas que, en su caso, venían motivadas por el hambre; todo ello, sin necesidad de escuela alguna. ¿En qué escuela aprendió usted?
-     Yo soy un producto de la vida misma. Me fui labrando mi porvenir, mi carrera, mi propia historia, a golpes de corazón. Nada me regalaron y, en la profesión que elegí sabia que, ante todo, mi sangre estaba dispuesta para derramarla donde fuere porque, ser torero, implica este gran riesgo; no en vano, estamos hablando de un juego entre la vida y al muerte.
-    ¿Cómo recuerda usted al Peluca, como usted le llamaba a Manuel Benítez El Cordobés?
-    Coincidimos muchas veces y, nos visitábamos hasta en los hoteles; hacíamos muy buenas migas porque, tanto él como yo, veníamos de las esferas más bajas de la sociedad y, a los dos, nos fascinaba salir de aquel ostracismo que la vida nos había deparado; nos compenetrábamos mucho y, aunque éramos distintos, ambos, varábamos en el mismo puerto.
-   Dice usted muy bien porque, El Cordobés, era la heterodoxia personificada, mientras que, usted, era pura ortodoxia y mejor sentimiento. ¿Se sentía usted lo que podríamos llamar un torero artista?
-   Con toda seguridad; mi toreo, y lo digo ahora, tras muchos años inactivo, tenía misterio y embrujo. Ahí están mis grandes faenas para corroborarlo.
-    Lamentablemente para mi, maestro, sólo conocí su última época pero, eso de las 18 novilladas seguidas en Alicante con plaza llena, hasta bautizar aquel evento como “los jueves del Caracol”, aquello tenía mucha importancia. ¿Era usted muy bueno o, por el contrario, eran las circunstancias las que ayudaban a que todo aquello resultara tan bello y emotivo como en verdad resultó?
-    Y otras tantas tardes de novillero en Carabanchel, con corte de orejas en cada tarde. Es verdad que, posiblemente, el momento ayudara; no había lo que ahora tenemos y, si me apuras, era más fácil que la gente acudiera a los toros; pero, a su vez, si lo miras bien, tampoco era nada sencillo llenar la plaza a sabiendas de que, pocas gentes tenían los cuarenta duros de la entrada. Convengamos que, habíamos  un ramillete de toreros que arrebatábamos, de ahí que se agotara el papel. Ahora, desdichadamente, es penoso ver las plazas vacías, algo que ocurre tantas tardes que, hasta ya nos estamos acostumbrándonos.
-    ¿Tiene usted alguna fórmula para que ahora, los empresarios, la pudieran aplicar y, volver a llenar las plazas de nuevo?
-     No existe tal formula. La única solución es que, ahora mismo, salieron dos toreros como El Cordobés y El Caracol, que ambos hicieran lo mismo y, con toda seguridad, se agotaba el papel en cualquier plaza.
-    Pero eso, maestro, ahora es imposible porque, ustedes dos tenían hambre y, la misma, con toda seguridad, les llevaba a practicar aquellas gestas heroicas que tanto calaban en los aficionados. ¿Qué se puede esperar de esos toreros que, de novilleros, llegan a la plaza en un coche Mercedes?
-    Es verdad. Es un contra sentido que, un muchacho que empieza, camine ya por los vericuetos de la más absoluta comodidad; de ese moco, es casi imposible que un hombre logre arrebatar. Suena a milagro comprobar que tenemos a Javier Conde, a Morante y José Tomas, aunque retirados momentáneamente, como te digo, es alentador pensar que, dentro de tanta comodidad y más dulzura, todavía queden artistas esparcidos por el mundo el toro.
-    El hecho de que usted no supiera leer, mucho me temo que le evitaría el mal trance de leer alguna que otra crónica que no le gustara. ¿Era así?
-    No, por Dios. Yo quería leer, por eso me fijaba en los grandes carteles de las vallas publicitarias y, al mismo tiempo, iban preguntando porque, en realidad, yo quería saber que se cocía en el mundo. Las críticas nunca me preocuparon.
-     ¿Fue Barcelona su plaza preferida?
-      Allí, en aquel ruedo, pude torear muchísimas veces; pero si me permites me quedo con la plaza de Madrid. Triunfé en repetidas ocasiones en Barcelona pero, como te decía, fue en Madrid donde me hice torero. Aquellas repetidas tardes en Carabanchel; aquellos triunfos en las Ventas, todo ello, hasta llegar a matar a Cortijero.
-     Confiesa usted, en su libro, que le hablaba a Cortijero antes de la corrida. ¿Qué le dijo usted al toro para que le entendiera y, al final, la proporcionara aquel triunfo tan grande?
-     Es curiosa la historia de este toro que, anduvo como sobrero por distintas plazas y, al final nuevamente, me lo encontré en Madrid y, para colmo, en el sorteo, me cupo en suerte. Tenía seis años cumplidos, pesaba más de seiscientos kilos y, su morfología era para asustar a cualquiera.
-     A cualquiera, menos a usted, por lo que pude leer, ¿verdad?
-     El susto lo teníamos todos; pero me rehice; me sobrepuse a las circunstancias, le hablé y le pedí que me embistiera que, lo demás, corría de mi cuenta. Colaboró conmigo de forma extraordinaria, le maté como se matan los toros y, me entregaron las dos orejas con más fuerza del mundo en la plaza de Madrid.
-    Dicen, maestro, y al mismo tiempo así lo intuí en el libro, que usted, además de artista, como todos los toreros artistas, era un torero miedoso. ¿Cómo vencía al miedo?
-    Con callada resignación, -ríe el maestro-. En ocasiones, como ha pasado siempre, te salía un toro que te pedía hasta la partida de nacimiento y, sobreponerse, era duro; pero lo lograba. Recuerda que, el hambre, lo puede todo; y ese era mi caso.
-    Usted, como hombre de grandes intuiciones, desde el primer momento, anhelaba usted que, en Madrid, existiera un monumento al doctor Fléming, el inventor de la penicilina que tantas vidas salvara a los toreros. Usted, como le digo, fue el propulsor de dicho monumento y, llegado el caso, el taurinismo, se olvidó de que la idea de inmortalizar a Fléming era suya. ¿Cómo se sintió ante tamaña ingratitud?
-     Muy mal, pero son las circunstancias de los hombres que, a veces, erramos con estrépito. Quiero pensar que, las envidias, en ocasiones, llevan a las gentes por estos derroteros y, al final, me acostumbré a todo.
-     Esa y otras puñaladas me temo que le harían daño pero, no me cabe duda que, las satisfacciones, han privado sobre todo en su vida. ¿Es cierto?
-     Por supuesto. El dulce sabor de mis grandes éxitos no me lo quita nadie; como la satisfacción de haberme labrado un porvenir en mi profesión; como haberle regalado aquella casa a mis padres; qué se yo, innumerables satisfacciones que, por supuesto, borran todos los recuerdos amargos de mi trayectoria.
-    Dicen, maestro, que la vida es una lección permanente. ¿Si volviera a tener quince años, volvería a tirarse de espontáneo?
-    Si tuviera la misma hambre que tuve, con toda seguridad que lo haría; es más, seguiría los mismos pasos que tuve, no tengo motivos para arrepentirme de nada.
-    En el libro, maestro, veo que la dedicatoria principal se la entrega usted a su señora madre. ¿Se llama eso gratitud?
-    Así es. Me temo que, personas como mi madre, en aquellos años, la vida forjó a muchísimas para vencer tantas dificultades como nos entregaba la vida. Yo, claro, dada mi proximidad con la persona que me dio el ser, no tuve otra opción que admirarle, quererle y adorarle por innumerables razones, al margen de haberme parido. Ella si fue una señora importante; con personas como ella se forjó la grandeza de esta España que ahora gozamos.
-    En todo el libro, maestro, no he visto ninguna frase de despecho o revancha para con nadie. Es más, hasta se atrevió a preguntarle usted al señor José Luís Lassaletta, que Dios lo tenga en su gloria, los motivos por los cuales le obviaron a usted cuando el ayuntamiento editó aquel libro sobre la plaza de toros de Alicante. ¿Qué le respondió el señor alcalde, de aquel entonces, ante su pregunta?
-    Que yo hacía poco por la causa socialista con mis actitudes; pero era normal que yo actuara como lo hice porque, de siempre, me han corroído las injusticias. Y por buscar lo que yo entendía como justicia, hasta logré que se olvidaran de mi nombre. Pero todo aquello ya pasó y, afortunadamente, continúo siendo de derechas.
-    ¿Qué razones argumentaría usted para que todo el mundo leyera su libro?
-    Ante todo, la sinceridad. Desnudé mi alma para los lectores y, ese creo que es el motivo por el cual debe leerse dicho libro. El personaje importa menos; pero creo que, lo primordial, ese viaje por el tiempo de un muchacho que quiere ser torero en años de tantas privaciones, me temo que merece la pena que, los aficionados, puedan conocer aquellas vicisitudes que, tanto en mi persona como en la de tantos compañeros, creo que pueden servir de lección para los jóvenes.
-    Mi gratitud para usted, Vicente Fernández Bernabé “El Caracol”, por habernos brindado la oportunidad de conocer un poco más de su singular historia como torero y como hombre. Que la vida le siga sonriendo como hasta ahora.

Gracias, y que opinionytoros.com tenga el éxito que merece.

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