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Luguillano  
  entrevista de Pla Ventura [ 11/11/2004 ]  
LUGUILLANO: LA FORJA DE UN TORERO CABAL

"Si nosotros, los toreros, no somos capaces de dignificar nuestra profesión, ya puedes imaginarte nuestro futuro".

Casi tres lustros nos separan desde que, Luguillano, tomara su alternativa, un hecho esperanzado porque, como es lógico, su torería nos hacía presagiar los momentos más felices dentro de los ruedos. La explosión total en su contenido artístico no ha tenido lugar aunque, en ocasiones, la torería de David Castro, con bellas ráfagas, ha inundado muchos ruedos por el mundo, de forma concreta, la plaza de Madrid en que, años tras año, Luguillano, sin terminar la eclosión artística, suele dictar lecciones inenarrables de su torería particular. Artísticamente, este año, no ha sido su mejor año, ni tampoco su temporada más brillante, aunque el torero de Valladolid sigue albergando múltiples esperanzas en su persona y en su obra. Y le asiste la razón; peores que él torean todos los días y, lo que es más trágico, los aficionados tenemos que tragárnoslos por decreto ley. Luguillano confiesa que, todos los que están arriba gozan de méritos propios; es su opinión, la mía, obviamente, discrepa de la del buen torero vallisoletano. Ahora, en este diálogo, confieso haber gozado de su amabilidad, de su trato exquisito para con el medio informativo, OPINION Y TOROS.COM, nuestra nueva Web por la que estamos tan ilusionados y, por encima de todo, de su sentido armonioso por las cosas de la vida, incluyendo, claro está, la bendita profesión de torero que eligió.

-         ¿Cómo se siente, maestro, en esta temporada, digamos casi negra en un torero de sus condiciones?
-         Ilusionado, aunque te parezca raro; y lo estoy porque, además de la dureza que conlleva la profesión, soy consciente de mis posibilidades, de lo contrario, me hubiera marchado a mi casa para siempre.
-         Si me permite, torero, le diré que, se necesita mucho valor para hablar de ilusiones cuando, como le ocurre a usted ahora, apenas está toreando. ¿No será que, las empresas, atentas a las novedades, quieren mandarle a casa a usted?
-         Hombre, de que no soy novedad, está clarísimo. Tras catorce años como matador de toros, esgrimirme como un torero novedoso, sería una falacia. Me temo que, en esta ocasión, estoy soportando las duras pruebas, al margen de los ruedos, de todo lo que hay que soportar en esta hermosa profesión; pero ilusionado, que no te quepa duda. Nadie me echará; me iré solo, pero lo haré cuando entienda que ha llegado el momento. Si me permites, quiero matizarte que, todavía, mi alma y mi ser, albergan sentimientos creativos que, si Dios quiere, los llevaré a la práctica dentro de los ruedos.
-         Por lo que veo, maestro, intuyo que usted no busca culpables en torno a su profesión, ¿quiere esto decir que es usted el único culpable de su situación?
-         En la carrera de un torero se producen una amalgama de situaciones muy diversas que, en ocasiones, te llevan a la gloria o al estrellato y, de otro modo, a torear muy poco como es mi caso. ¿Mis culpas? Como todo torero, las tengo; he fallado muchas veces con la espada lo que eran triunfos memorables y, ese handicap, lo asumo, es mi culpa.
-         Pero no falta quien dice que le falta ambición a usted. ¿Cómo se mide la ambición en un torero?
-         Decir, se puede decir todo; demostrar las cosas es algo muy diferente. Yo tengo la ambición más grande que un torero pudiera tener, de lo contrario, no entrenaría todos los días de mi existencia porque, ante todo, vivo en torero; vivo para mi profesión que, será más o menos fecunda, pero es la mía. Entre otras cosas, me cabe el orgullo de confesar que, lo que se dice en el argot de que se te ha ido el toro, me temo que no ha sido mi caso; es verdad que, en ocasiones, cuando más esperanzado estaba, el toro, lo echaba todo a perder; pero son las circunstancias de que antes hablábamos. No entiendo y lo digo con humildad, que puedan decir que no tengo afición.
-         ¿Y no será que usted, para crear su arte, necesita de un toro muy especial que casi no existe?
-         No, de ninguna manera. Ocurre que, para crear la obra que uno tiene soñada, irremediablemente, se necesita de un toro colaborador, de lo contrario, toda ilusión creativa queda desvanecida en el mar de los sueños. Poca gloria puedo aportar a la fiesta de tener que enfrentarme a esos toros duros y correosos que, en manos de otros compañeros, con otras metas, no digo que no sean válidos, pero mi caso creo que es distinto al de muchos toreros.
-         A falta de pan, como dice uno de nuestros refranes, buenas podían ser las tortas, maestro. Quiero decirle que, con lo complicado que está el mundo el toro y, de alguna manera, para colmo, intuyo que usted tiene preferencias que, por lo que veo, nadie le quiere complacer. ¿Dónde radica el problema?
-         No son preferencias; se trata, ante todo, de intentar tener un toro colaborador; estrellarme, por aquello de sumar corridas, no es mi caso.
-         Ahora, en los tiempos que corremos en que, salvo los tres o cuatro primeros toreros del escalafón, todo es un intercambio de “cromos” mientras que usted, camina sólo y a pecho descubierto; quiero decirle que, ni apoderado tiene. ¿No es ése un grave error?
-         Te asiste la razón en tu planteamiento; es más, a mi me gustaría ser apoderado por una casa grande pero, no siendo así, de poco me vale tener a alguien que me pueda proporcionar diez corridas de toros, por citar una cifra, con la única ilusión de llevarse una comisión. Yo buscaré una persona que sienta al unísono conmigo y que quiera vivir mis idénticas ilusiones; mientras esto llegue, ahí estoy, como diría el poeta, cantando espero a la muerte.
-         Hago un ejercicio de memoria, Luguillano, y veo que usted ha toreado en muchos sitios, ha triunfado y, nunca más lo han repetido. Culpas suyas al margen, luchar contra esa ingratitud debe ser muy duro, ¿verdad?
-         Evidentemente. En esto del toreo, al margen de jugarte la vida en la plaza, uno tiene que estar preparado psicológicamente para mil batallas, y la de las ingratitudes es una de ellas. Al respecto, citaría muchas plazas pero, por ejemplo, en Burgos, donde he triunfado repetidas veces, este año me he visto fuera de la feria.
-         ¿No será, maestro que, como yo siempre he creído, sobran toreros para tal y conforme está el montaje de la fiesta?
-         Yo no digo que sobre nadie; lo que me duele es que, hace unas fechas, tenía yo un contrato firmado para torear en un pueblo y, el empresario me quitó porque me dijo que un torero me sustituía sin cobrar y, para colmo, se pagaba él los toros. Flaco favor le están haciendo a la fiesta determinados personajes que, para colmo, suponiendo que lograran triunfar, un éxito, en un pueblo, nunca te puede servir para lanzarte; distinto sería que, ese éxito tuviera lugar en una feria de tronío; son, claro, las miserias de la fiesta.
-         Este año en Francia, según me han contado, llevó a cabo lo que se dice un tratado de tauromaquia. ¿Es cierto?
-         Así es. Me vine contento porque, dos toros colaboraron y pude llevar a cabo el toreo que siempre tengo soñado.
-         ¿Cómo es la afición francesa?
-         En principio pueden parecer fríos, es la verdad; pero cuando comprueban que, aquello es de verdad, se enloquecen como nadie con el artista, algo que he comprobado en varias ocasiones, de forma reciente, en esta ocasión que hablamos. Mi gratitud para ellos.
-         ¿Qué duele más, las cornadas de los toros o las de los hombres?
-         Ocurre que, del toro, obviamente, esperas la cornada; sin desearla, pero es algo que se espera. Con los hombres te sueles confiar porque, de alguna manera, intuyes que jamás te engañarán y, es horrible que, cuando más confiado estás, te pagan con el desprecio, la ingratitud y la mofa. Quizás que, a la postre, sean todo lecciones para que uno, en su peregrinar por la vida, vaya aprendiendo. Así lo voy tomando.
-         El toreo, maestro, está pasando por momentos amargos. Me explico. Un torero superficial lidera el escalafón; uno bajito se trae los toros en la “furgoneta” para intentar un triunfo imposible; así, mil situaciones más que, poco o nada dicen a favor de la fiesta y, mientras tanto, toreros como usted apenas están toreando. ¿Qué grave mal está azotando a la fiesta?
-         Existen demasiados montajes inútiles que, en definitiva, no hacen, sino, que perjudicar a la fiesta; algunos intrusos, creyéndose salvadores del espectáculo, lo están apuntillando con esas corridas para los ponedores que, como antes citábamos, están arruinando al propio espectáculo. Estamos hartos de ver plazas casi vacías y, salvo en los días grandes de las ferias, la gente no acude a las plazas; y no van porque, lo que se les ofrece no tiene calidad alguna. Son muchos los males. Es lamentable que, en las televisiones, por citar algún medio informativo, sólo sea noticia una cornada que deje al borde la muerte a un torero o, lamentablemente, que aparezcan día tras día en la televisión, los toreros que tienen devaneos de alcoba con tal o cual señora. Terrible, pero cierto.
-         ¿Lo suyo, es un lamento o una realidad de cómo se halla la fiesta?
-         Quiero pensar que es la auténtica realidad; yo no invento nada. Aunque te parezca paradójico, apenas tengo motivos para lamentarme; podré estar más o menos disgustado por torear menos de lo que en realidad creo merecer, pero no me lamento porque, mi vida, crematísticamente, a Dios gracias, la tengo organizada. Peor sería haber toreado cuarenta corridas de toros y que te liquidaran cuatro millones de pesetas.
-         Tengo el presentimiento, Luguillano, de que usted lucha por la pureza de la fiesta, por su dignidad y por mantener en alto los valores más importantes, ¿digo bien?
-         Es cierto. Si nosotros, los toreros, no somos capaces de dignificar nuestra profesión, ya puedes imaginarte nuestro futuro. En el toreo, como siempre se ha demostrado, haciendo las cosas bien, hay dinero para todos; es cuestión de repartirlo con equidad y, de no ser así, nunca se debe entrar en planteamientos extraños que a nadie favorecen.
-         Posiblemente, maestro, acude usted mañana a Madrid, corta dos orejas, sale por la puerta grande y, en su caso concreto, quizás se arreglaran todos sus males. Y, hablando de Madrid, este año, lamentablemente, no tuvo usted lo que se dice su mejor tarde en las Ventas. ¿Qué piensa de todo lo que le digo?
-         Sinceramente, acudí a Madrid enfermo, tenía 40 grados de fiebre y, en esas condiciones, jamás debí de haber realizado dicho paseíllo; pudo más mi corazón que mi cerebro y, lo pagué caro. Es verdad que, un triunfo grande en las Ventas arreglaría muchas cosas y con esa ilusión vivo.
-         Pesares al margen, maestro, le veo muy ilusionado, algo que, como aficionado, me llena de alegría. ¿Dónde está el secreto?
-         Cuando uno tiene conciencia de sus verdaderas posibilidades es cuando llegan las creencias profundas en el individuo; en este caso, dentro de mi persona. Quiero decirte que, tras catorce años de vivencias como matador de toros, tengo claro que soy torero, que me siento artista y responsable en mi quehacer, por tanto, me asiste el derecho a sentirme responsable de mis acciones.
-         ¿Qué proyectos tiene en un futuro próximo?
-         Seguir luchando, no cabe otra opción; entrenar cada día como si mañana tuviera que hacer el paseíllo.
-         Vestir bien, como es su caso, ¿es ello sinónimo de artista?
-         Es una cuestión de gusto, de estética propiamente dicho; me fascina la elegancia y si todo ello vale para relacionarlo con mi arte, alabado sea Dios.
-         Usted, maestro que parece torero hasta vestido de calle, si me lo permite, debo de recriminarle que, por su estética y su estatura, es difícil de comprender que no pueda usted matar a los toros con mejor gallardía y, si acaso, con más prontitud. Se lo digo porque, como hemos comentado, la espada, le ha privado, en demasiadas ocasiones de triunfos muy importantes. Torear es un arte que, no todos los pueden atesorar; pero matar, torero, entiendo que es una técnica que la pueda dominar cualquier torero. ¿Lo entiende usted así?
-         Esa es, o debería ser, la teoría del problema; luego, en la práctica, las cosas suelen torcerse y, cuando más ilusión le pones es cuando se falla; lamentable y, como antes te decía, asumo la culpa que se me imputa. Quizás que, tras tantos años en la profesión, todavía no me he mentalizado por completo en las cuestiones técnicas y, por el contrario, he vivido prisionero de mi arte.
-         Que se cumplan sus deseos y que tenga mucha suerte, maestro.

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