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Siempre que llega este mes de julio es inevitable acordarse de la feria más conocida universalmente. Cierto que no es la más reconocida entre los aficionados taurinos, pero sí lo es para cualquier país, a cualquier nivel de conocimiento de sus gentes.
Durante ocho días, del día 7 al 14, toda la atención estará en Pamplona. Para muchos superará en interés a lo que esté sucediendo en Rusia con los últimos partidos del Mundial. Hay que tener en cuenta que la cita es obligada para muchos extranjeros, además de foráneos, y que acuden a las calles pamplonicas a disfrutar de la fiesta del toro.
Cierto es que esa atención máxima la protagonizan los encierros matinales, pero también es cierto que la plaza se llena todas las tardes y no sabemos si ampliándose la plaza acogerían a más espectadores. Estaría por ver. No en vano su plaza es la que registra más llenos de cuantas dan toros, sin importar si en el cartel está El Juli o Pepe Moral por poner un ejemplo. Algo de lo que se debería aprender para el resto de plazas.
Un alcalde iluminado, -simpatizante de aquellos terroristas que mataron sin parar en España durante varias décadas, una afición de la que no se ha borrado-, sí quiere borrarse, y ayudar a que se borren todos los navarros de la afición a las corridas de toros. Eso sí, dice, los encierros deben permanecer. Olvida que sin corridas de toros no existirían los toros -de ahí que ya haya propuestas de toros hinchables- lo que haría inviable que la fiesta más conocida en el mundo pudiera continuar.
Creemos que tampoco le importaría que desaparecieran los encierros, lo que pasa que decirlo en alto sería tanto como renunciar a un aspecto de enorme impacto económico para la ciudad que no le iban a tolerar sus votantes. De cualquier modo, pertenece a un grupo político en el que no dudaron en ser partidarios de imponer sus ideas por las armas y ahora son capaces de imponerlas como sea. El caso es imponer. La palabra libertad no está en su vocabulario salvo que sea para pedirla para los terroristas presos.
Otra prueba más que nos toca padecer. De ahí que ya digamos eso de ‘San Fermín o lo que quede’.
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