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A la fecha que publicamos este Editorial, la memoria nos habla de toreros heridos de muerte en el ruedo. Estamos a caballo entre lo sucedido reciente y lo acontecido el pasado año.
Víctor Barrio y El Pana fueron los fatales protagonistas de junio y julio del pasado 2016. Sus nombres se fundieron en el abrazo colectivo de todos los aficionados del mundo, mientras otros disfrutaban con su muerte. Allá ellos, Jesús en la cruz supo perdonar a todos. Sin embargo, quienes hicieron profesión de fe en Jesucristo, sanaron su dolor y sus heridas más rápida y permanentemente.
Así somos los aficionados. La sangre de los héroes a los que admiramos nos transfiere esa calma que siempre necesita el alma. Saber que se muere por algo y que esa muerte será útil a la causa que defendemos, nos hará más humanos, más cercanos al rito de la vida y la muerte que representa nuestra Fiesta. No nos olvidaremos aquí del novillero peruano, que sin ser matador de toros de alternativa, también perdió su vida por querer serlo.
Pero lo del pasado año se ha repetido recientemente. Y si los anteriores tuvieron lugar en suelo mexicano y español, además de peruano, ahora le ha tocado a Francia, seguramente porque la cuota de su protagonismo taurina se acerca cada vez más a los países donde más festejos se celebran. Francia paga tributo a través del torero español Iván Fandiño.
La herida es más reciente, está sin ubicar todavía en lo que se llama memoria, forma parte del duro presente, pero también es cierto que será recordada más, si cabe, por tratarse de un torero aguerrido y muy preparado, al que se nos hace muy difícil asimilar que le haya podido pasar eso. Y es que el toro, el verdadero protagonista de esta Fiesta sin igual, no entiende de la capacitación, la edad o del momento del torero, solo de la oportunidad de asestar el golpe que, sin duda, le corresponde como antagonista del artista.
La memoria ya le ha colocado al de Orduña junto a los citados, pero también junto al resto que le precedieron: Joselito, Sánchez Mejías, Manolete, Paquirri, Yiyo y tantos otros que dieron su vida para que la Fiesta siga gozando de la credibilidad que se la supone. Un duro pago, pero necesario, para saber que será una fiesta, pero que esa fiesta es de verdad. La memoria se nos hace cada vez más grande a través del dolor de cada una de las pérdidas.
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