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“La Autoridad, palabra seria, con mayúscula en cualquier faceta de la vida pero sin duda, de especial resonancia en los toros.” Hoy escribe para nosotros una gran aficionada, Yolanda Fernández Fernández-Cuesta. Miembro de la Asociación El Toro de Madrid, de la que fue presidenta, son múltiples las ocasiones en que es requerida para enriquecer con sus artículos y ponencias revistas y conferencias. Historiadora, conoce como pocos la trayectoria de la Fiesta y proyecta su afición, no exenta de inusitado entusiasmo, en cada actuación ya sea hablada o escrita. Crítica y amable, al mismo tiempo, discurre su afición a la Fiesta. Como todo buen aficionado o aficionada, es exigente cuando se pretenden burlar los derechos de los espectadores, máxime si del toro se trata, pero disfruta y se deja llevar por la magia del toreo de forma amable cuando este es ejecutado como mandan los cánones y ante un toro íntegro. Entre sus momentos más sentidos como aficionada se encuentra, sin duda, el homenaje que promovió, desde la Asociación, para perpetuar la memoria del admirado crítico taurino Joaquín Vidal. El maestro Vidal representaba el banderín de enganche de la afición y a ese banderín sigue enganchada. Hoy nos hace el honor de escribir para nuestra “División de Opiniones”, tratando un tema siempre vivo y siempre discutido: La Autoridad en la Fiesta. Seguros estamos que no dejará indiferentes. Todos tenemos la oportunidad de comentarlo y votar las propuestas. A nosotros solo nos queda darle las más sinceras gracias por su colaboración. LA AUTORIDAD EN LA FIESTA DE LOS TOROS ¿Se han fijado ustedes cuántas autoridades y mandamases hay durante una corrida de toros?. Citaré unos cuantos: los alguacilillos, las fuerzas de orden público, el delegado gubernativo, el director de lidia, el gobernador civil, alcalde o concejal de la localidad, representantes de las Fuerzas Armadas, el Presidente en el palco, sus asesores... etc. etc. y todos “con mando en plaza”, nunca mejor dicho. A todos ellos, habría que añadir un sinfín de figurantes y amiguetes de los toreros que desde el callejón imponen una especie de ley no escrita por la que parecen tener “patente de corso” para moverse a gusto por ese angosto pasillo circular, desde el que vociferan, ordenan y casi teledirigen las actuaciones del maestro de turno. En los tiempos que corren todos quieren mandar. Pero si nos atenemos a las ordenanzas, legislaciones y reglamentos que regulan el espectáculo, en las plazas de toros sólo debe existir una autoridad, la del Presidente. ¡Y con qué rango!, el Reglamento en vigor de 1996 dedica el Título III, capítulos 37 al 43, a desarrollar las funciones de la presidencia y a garantizar los legítimos derechos de todas las partes implicadas en la fiesta para que esta se desarrolle conforme marca la ley. Seguramente no hay festejo ni actividad deportiva o cultural que esté más regulada y controlada que una corrida de toros. Pero, ¿porqué sobre todo los toros?, ¿porqué son responsables del Ministerio del Interior los que se ocupan de esta tarea?; parece que las corridas necesitan un control del orden público superior a cualquier otro espectáculo. Este es uno de los problemas, según mi opinión, que ha tenido y tiene nuestra Fiesta: lejos de considerarse una actividad cultural y como tal regulada por las autoridades competentes en esa materia, tradicionalmente, se ha vinculado a la autoridad gubernativa; ¿tan peligrosos son los aficionados que hay que velar por evitar desórdenes públicos?. Me parece excesivo; hoy en cualquier deporte o concierto musical masivo hay más riesgos de incidentes serios y graves que en una corrida de toros; si por eso fuera, ¿se imaginan quién tendría que controlar el fútbol?, no el Ministerio de Cultura y Deporte sino la Guardia Civil. En fin, de todas formas, aunque no seré yo quien dude de la necesidad de su reglamentación, últimamente se oyen voces autorizadas desde ámbitos distintos que ponen en cuestión el papel de la presidencia; para unos es excesivo su poder, para otros inútil ya que, en demasiadas ocasiones, el que se sienta en el palco más que aplicar el reglamento parece estar al servicio de intereses profesionales y empresariales de manera descarada. La crisis de autoridad y la falta de independencia y de criterio por parte de algunos presidentes, es notoria. Asombra comprobar cómo teniendo tanto resortes legales y sancionadores para defender la integridad del espectáculo, paradójicamente, la presidencia permite el incumplimiento de la ley de manera descarada: apenas se envían a analizar muestras de reses sospechosas de fraudes, pitones, las multas a los toreros por faltas en la lidia son escasas e incluso en las actas, que deben ser públicas, se silencian muchas veces episodios dignos de castigar. Es verdad que no siempre es totalmente responsable el presidente; nos olvidamos los que asistimos a los toros, sobre todo en Madrid, que en la mayoría de la plazas de los pueblos y de las pequeñas ciudades de España son autoridades municipales, presidentes de peñas festivas o funcionarios de orden público con escasos conocimientos de la lidia, los que se encargan de esta tarea; en estos casos, asesores taurinos afines a los profesionales se encargan de aconsejar al presidente con una descarada inclinación a la benevolencia orejil y a la política del todo vale ¡estamos en Fiestas! En otras ocasiones, las menos, acreditados aficionados dictan al presidente las órdenes a seguir. Como novedad del Reglamento actual, se permite que un aficionado pueda presidir las corridas; como ejemplo valga la labor de un buen aficionado de Madrid que en la pasada feria de Valdemorillo presidió las corridas con criterios rectos y honestos. Todavía resuenan las críticas a su actuación desde los colectivos profesionales y de ciertos cronistas que consideraron sus decisiones arbitrarias y demasiado exigentes. Reconozco que la tarea no es fácil; presiones de todo tipo, desde las empresariales hasta la garantía del orden público en las fiestas populares, son a veces difíciles de compaginar con la aplicación del Reglamento pero, considero que la autoridad está para cumplir la ley sin caer en protagonismos desde el palco y este es hoy uno de los males más habituales; en ciertas plazas importantes según el presidente anunciado en el cartel ya se sabe que habrá bronca asegurada. Considero que la mejor forma de ejercer la autoridad es lograr que su labor sea desapercibida y que al terminar la corrida nadie se acuerde de su nombre; cuando se debe aplicar la ley, como en la judicatura, los protagonistas son otros. A estos males hay que añadir la vinculación de ciertos presidentes a instituciones profesionales taurinas con lo que su capacidad de independencia y decisión queda mermada. ¿Cómo puede estar en el palco un señor que luego se va a comer y a presidir actos honoríficos con los mismos que tiene que juzgar previamente en el ruedo?; difícil por no decir, imposible tarea. La Autoridad, palabra seria, con mayúscula en cualquier faceta de la vida pero sin duda, de especial resonancia en los toros. Ahora bien, de verdad ¿quién o quienes deberían tener la autoridad? Yo creo, en primer lugar, que sobre todo los que pagamos, los que sostenemos el espectáculo, los que tenemos el derecho a protestar y como todos y cada uno no podemos sentarnos en el palco sí debemos exigir que el que lo hace defienda nuestros derechos recogidos en el Reglamento; en el que hay, a veces es peligroso remover la leyes; me conformo con que se cumpla el actual y dejémonos de utopías. Derecho a presenciar un espectáculo íntegro y responsabilidad de mantener la Fiesta: ¡nada más y nada menos! es la verdadera función de la jerarquía competente. En segundo lugar, la verdadera autoridad y la más importante en la Fiesta es el TORO. Por desgracia, el menos tenido en cuenta, el que no puede protestar -¡Ay si lo hiciera!- pero el auténtico protagonista con capacidad y mando. El toro manda, pone a cada uno en su puesto: al buen y al mal torero, al aficionado entendido y al desconocedor que se sienta en la plaza; al presidente que respeta y exige un toro íntegro para la lidia y al que deja en el ruedo al pobre animal inútil e inválido. Por muchas leyes y reglamentos que se legislen, por muchos despachos y triquiñuelas taurinas que haya, sigo creyendo que la verdadera autoridad la tiene y la debe tener el toro; de lo contrario, malos, malos tiempos corren y correrán para nuestra Fiesta. |
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