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"Quizás sea analfabetismo táurico -que lo hay- de los usías, quizás sea por favorecer a las figuras (ellos sabrán las razones, seguro que las saben, aunque es fácil suponerlas, ¿no?), pero ¿alguno tiene en cuenta la catadura de la res?". Para nuestra “División de Opiniones” de hoy contamos con una firma invitada curtida en el fragor de muchas batallas. Son muchas las tribunas desde las que ha ejercido su periodismo -El Ruedo, Cadena Ser, La Lidia, el suplemento de toros de El Pueblo de Albacete, Canal+, Estrella Digital; pero sin duda, el tiempo vivido junto al maestro Vidal en el diario El País, sea el que más le haya marcado su intachable trayectoria independiente y veraz. Conoce de cerca, en ese periodismo de calle, los entresijos de la noticia, de las que muchas las ha vivido en primerísima persona. Acomete hoy un tema que siempre está en boca de todos. Falta homogeneidad y falta talante y talento para hacer de él algo que permita valorar los méritos de unos y de otros: los trofeos conseguidos y otorgados en las plazas de toros. ¿Existe homogeneidad en la concesión de los trofeos? ¿Es necesario buscarla? ¿Hay que hacer algún cambio?. Emilio Martínez Espada, con su pluma, nos da claves para el análisis y para posicionarnos en este tema. Su experiencia nos permite acercarnos al lugar donde se toman las decisiones: los palcos de los presidentes de los festejos. Allí, en su soledad y con el Reglamento en la mano, ¿son ecuánimes?, ¿hay algo que mejorar?. LA CONCESIÓN DE TROFEOS ¿Quién sanciona al sancionador? ¿Quién controla al controlador? ¿Quién vigila al vigilante? La cuestión no es baladí en el mundo táurico con un reglamento tan presidencialista, asunto que puede dar lugar a otra división de opiniones real y como nombre de esta sección. Sobre todo por dos razones: 1) Que no se cumple, el reglamento, digo. 2) Y, más importante y decepcionante para los aficionados dabuten (esa especie a extinguir, según los taurinos que manejan y manipulan la fiesta), que la inmensa mayoría de los usías lo interpretan favoreciendo los intereses de esos nefastos taurinos profesionales y perjudicando no sólo a los buenos aficionados, sino al público en general, que es el que mantiene en lo económico el tinglado. Un favorecimiento a unos y perjuicio a otros que también aplican, además de en la concesión de los trofeos que hoy nos ocupa y siempre nos preocupa, en muchos otros asuntos (asistentes a los reconocimientos, informes de los veterinarios, envío de astas a análisis etc.) que también pueden venir más adelante a esta sección. De momento vamos con los trofeos, en demasiadas ocasiones auténticos óbolos de los presidentes a los coletudos, mayormente en lo que afecta a la segunda oreja (del bicorne, no confundir). El reglamento nacional (que en este punto se aplica o es similar al de las Comunidades Autónomas, con una gloriosa excepción ya en vigor -País Vasco-, otra próxima -Aragón- y otra en el limbo de las intenciones del Parlamento Andaluz, que después veremos), es claro, preciso y determinante, aunque los usías se lo pasen por..., (sí, por ahí). El artículo 82, en su punto 2, escribe: "La concesión de una oreja será realizada por el presidente a petición mayoritaria del público; la segunda oreja de una misma res será de la exclusiva competencia del presidente, que tendrá en cuenta la petición del público, las condiciones de la res, la buena dirección de la lidia en todos sus tercios, la faena realizada tanto con el capote como con la muleta y, fundamentalmente, la estocada. O sea que si se aplicara la normativa con corrección, o no se interpretara a favor de los coletudos, sobre todo de las figuras, bien pocas segundas orejas se otorgarían. No porque los habitualmente facilones públicos no las solicitasen, que quizás sea el único punto que los usías -vaya por Dios- cumplen, sino por las otras cuestiones obligatorias para que los ocupantes del palco afloren el moquero por segunda vez tras la faena a un mismo bicorne. Quizás sea analfabetismo táurico (que lo hay) de los usías, quizás sea por favorecer a las figuras (ellos sabrán las razones, seguro que las saben aunque es fácil suponerlas, ¿no?), pero ¿alguno tiene en cuenta la catadura de la res?. Porque no es lo mismo una faena a un toro bravo, como 'Bastonito' el mítico y encastadísimo burel de Baltasar Ibán, que le correspondió en suerte -¿desgracia?- a Rincón hace una década en Las Ventas, que a las cabras acornes a las que suelen enfrentarse -¿enfrentarse?- las figuras, figuritas y figurones por esas plazas del diablo, salvo honrosísimas excepciones como Las Ventas, y no siempre. Pues bien, a la autoridad le da igual. Es más, a mayor cabra, más facilidad para tirar de pañuelo y regalar el segundo trofeo. Lo mismo acontece con la valoración de la buena dirección de la lidia en los tres tercios, porque lo único que el público -ojo, no confundir con los minoritarios aficionados- tiene en cuenta es la labor con la flámula. Y está en su derecho el cotarro. Mas no el presidente, quien en defensa de la pureza de la fiesta y precisamente de esos paganos que la mantienen, amén de su inexcusable -y hasta denunciable si no lo hiciera- obligación de cumplir la ley debería echar en la balanza de su juicio (ja, ja) tal condicionante del desarrollo de los tres tercios. Idéntico caso se puede comentar respecto a la faena realizada con CAPOTE y muleta. SALTARSE A LA TORERA EL REGLAMENTO Porque el usía, siguiendo los criterios del público e incumpliendo, una vez más, su obligación de aplicar la normativa legal, pasa y mucho de lo que haya realizado el matador con el percal a la salida del toro o durante el quite artístico -y, ¿por qué no?, de peligro- dejando en su memoria el peso de la labor del torero con la pañosa. Pero donde ya se llega a la desvergüenza total y al mayor salto a la torera (y nunca mejor escrito) del reglamento es con la última cláusula: la valoración fundamental de la estocada. Ahí ya el desafuero es total, porque no cuenta en absoluto, o como gritan o gritaban algunos críticos que nos sobrecogen por su inclinación a los poderosos y mandamases de la fiesta (o sea, sobrecogedores), cuyos nombres están en la mente de todos, "lo importante es que caiga el toro, señoreeeeees". ¿Cuántas veces se concede la segunda oreja con auténticos sartenazos, espadazos en el brazuelo o en la zahúrda, metisacas horrorosos etc.? Si los anteriores incumplimientos denunciados son bochornosos, aquí, en lo fundamental, la forma de matar al toro, ya alcanza el máximo de la tomadura de pelo por parte -insisto- de quien debe hacerlo cumplir por mandato legal. Todo esto lleva añadido un segundo enfoque, el de la salida a hombros del coletudo tras cortar dos orejas, que desgraciadamente salvo en el reglamento del País Vasco (que lo establece en su artículo 72, aunque en la valoración de la faena para esa segunda oreja coincide al cien por cien con el nacional) y próximamente en el de Aragón (ahora en fase de redacción), se suman y cuentan de una en una en lugar de que sólo pudiese descerrajar la puerta grande con el premio de dos en el mismo toro. Conviene destacar, también, al respecto el esfuerzo del diputado por el Partido Andalucista y gran aficionado lldefonso dell'Olmo, para que en el futuro reglamento de su comunidad autónoma se recoja, al menos en las plazas de segunda, esta obligatoriedad de dos orejas en el mismo toro para salir a hombros. Por cierto que este diputado aprovecha para solicitar, entre lo que serían otros interesantísimos avances, que el informe veterinario sea vinculante y obligatorio, y no consultivo como ahora. (Estaremos atentos a su tramitación). En definitiva, que hoy por hoy, con la gloriosa excepción del País Vasco, el resto es un coladero a la hora del triunfalismo facilongo y olé con las bendiciones de la autoridad -¿a quién defiende la autoridad?, -que canta el 7 de Las Ventas-. Una vergüenza que debería hacer reflexionar muy especialmente a quienes presiden si fueran buenos aficionados o independientes en su criterio. Y puedo contar, y cuento, en primera persona el escándalo que organizaron los poderes fácticos taurómacos de una región, Castilla-La Mancha, cuando hace unos pocos años y recién transferidas las competencias, el consejero de quien dependían entonces dejó caer la idea de que en la futura normativa regional sería necesario el corte de dos orejas en un mismo bicorne. No hacía aquel gran aficionado, Miguel Ángel Montañés, sino intentar elevar a ley lo lógico en la visión de aficionado. La que se montó en contra de esta idea fue tremebunda en toda Castilla-La Mancha, incluso con la aquiescencia de la mayoría de los críticos taurinos (¡ejem, ejem.!), con escasísimas y honrosísimas excepciones. Por suerte para los intereses de estos interesados, el consejero se marchó antes de concluir la reglamentación, que quedó en un esbozo, y el nuevo, ya aconsejado por los taurinos y sus secuaces dejó las cosas como estaban copiando del nacional el ya señalado artículo 82 que permite la salida a hombros tras sumar orejita y orejita en cada toro. LAS VENTAS, ESPADA Y PONCE Pero no quería acabar este alegato antipresidencial (aplicable a la inmensa mayoría de ellos, cómplices con los mandamases de la fiesta) sin un hecho anecdótico pero absolutamente real que también viví -y conté- en primerísima persona. Fue con el mejor presidente que ha tenido Las Ventas en las dos últimas décadas, Luis Espada, quien se atrevió a denegar a Ponce -en un San Isidro de hará alrededor de diez años- la segunda oreja tras una faena en la que se entregó a tope en Madrid (o sea, que no anduvo como en la mayoría del resto de las plazas: en plan 'light' y mentirosillo, en plan de vender en celofán labores vacuas y estéticas de abuso de pico sin profundidad ni ligazón ni verdad). En lo que sí se pareció aquella buena, que no magnífica, labor a estas ventajistas habituales fue en su toreo en redondo y en adornos en cantidades industriales, en su escasez de naturales (una serie, de compromiso) y en una estocada desprendida tirando a baja, eso sí, muy efectiva. El delito de Espada se agravó cuando me declaró, y así lo publiqué en 'El País' (donde tuve la suerte de trabajar dos lustros con Joaquín Vidal), que él se limitó a cumplir el reglamento y que "Ponce no ha toreado al natural y ha matado casi con un bajonazo, por lo que no era acreedor de la segunda oreja, según el reglamento". Los poderes fácticos taurinos y no taurinos se movilizaron ante este 'robo' al valenciano -que por cierto, jamás comentó nada ni criticó al usía- y hubo incluso una cena, de la que tuvo constancia el propio Espada y algunos medios se hicieron eco de la misma (lógicamente, entre ellos, 'El País' y 'El Ruedo', del que yo era subdirector y que lo investigó a fondo) para intentar echar a Espada de la presidencia. Una cena a la que asistió un alto cargo del entonces ministro Corcuera (a la sazón, además de mal aficionado, culpable del actual y pésimo reglamento); otro presidente ya jubilado, y los críticos taurinos Vicente Zabala, Barquerito y José Antonio del Moral. Aquella reunión no fructificó en su objetivo inicial, aunque se intentó, como el propio Espada ha señalado en diversas ocasiones con posterioridad. Ahora aquello es anecdótico, pero entonces (y actualmente, con ese 'poncismo' exagerado tan cultivado por engañados y/o sobrecogedores) fue simbólico. Claro que ahora, por desgracia para los aficionados y para los minoritarios críticos independientes (de los taurinos, digo) tampoco podría ocurrir ni siquiera en Madrid, donde no hay ningún ocupante del palco presidencial en Las Ventas como el protagonista de tan significativo hecho. Y, aún menos, en otros cosos, donde los usías siguen incumpliendo el reglamento en este tema de los trofeos, que por cierto habría que unificar al menos en su letra en toda España, pero por la senda que marca el País Vasco, van a seguir Aragón y quizás Andalucía, y que no llegó a parir Castilla-La Mancha, No en la otra oficialista, proteccionista (de los intereses de los taurinos profesionales y olé...olé la corrupción moral, digo). En este tema y en otros fundamentales: como los reconocimientos veterinarios, en autorizar que se lidien corridas sospechosas de afeitado rechazadas por estos facultativos, en no enviar astas a análisis 'post mortem' en Madrid, etc. Así está la fiesta. No tienen que preocuparse ni Carod ni otros antitaurinos, que ya los propios taurinos lograrán que desaparezca. Lamento acabar con un diagnóstico tan pesimista, pero creo que, tal y como la conocemos y hemos heredado, la fiesta está perdida. Se transformará en otra cosa, posiblemente ejercicios de 'tauroballet' con una nueva especie de teóricos bicornes práctica y paradójicamente acornes. Los buenos aficionados y los críticos independientes podremos ganar alguna batalla, pero la guerra está perdida. Eso sí, aunque no sea 'per in saecula saeculorum, al menos, mientras tanto, vamos a seguir haciendo del apelativo con que se conocía a Martín Arranz, de nefasto recuerdo profesional. ¡Exacto!, de “mosca cojonera”. Amén. |
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