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“Antes de entrar en ningún tipo de detalles, y sin ninguna ambigüedad, diré que no”. Así comienza nuestro invitado de hoy su relato. Quien esto escribe es Marcos García Moreno, médico pero, a efectos de lo que aquí nos ocupa, aficionado cabal. Es fácil verlo en Las Ventas, junto a su esposa y su inseparable puro. El dice que mantiene ese vicio, no fuma cigarrillos, y que solo lo practica los días de festejo. Confiesa que lo hace por mantener algo puro durante las dos horas aproximadamente que dura la corrida o novillada. La compañía de su esposa también la explica: no quiere separarse de tantas y tantas cosas que antes eran normales y ahora pertenecen al pasado, como el toreo. Le invitamos a que nos escribiera algo para nuestra sección de debate “División de Opiniones” y aunque se mostró reacio al principio, luego accedió, siempre y cuando el tema lo eligiera él. Cuando cayó su original en nuestras manos, no pudimos encontrarnos con un tema más interesante. Nos dice que sólo lo ha hecho como aficionado, sin arrogarse otras facultades, pero nos tememos que como aficionado tiene autoridad suficiente para abordarlo. Ustedes lo van a poder leer y valorar en sus comentarios, como así también en la encuesta que lo acompaña. "¿Se debe torear como quieran los públicos?" Antes de entrar en ningún tipo de detalles, y sin ninguna ambigüedad, diré que no. Para mantener viva la llama del auténtico toreo, sus ejecutantes, -los toreros- deben de ceñirse religiosamente a oficiar el toreo desde la más pura ortodoxia. Cierto es que el devenir de los tiempos ha ido degenerando hacia fórmulas cercanas a dar lo que piden los públicos existentes, pero eso es falso en sí mismo, pues difícilmente puede pedirse desde las gradas lo que los públicos ignoran. Luego, hemos de convenir que es una milonga más que nos cuentan los taurinos, pretendiendo, de forma clara, arrimar el ascua a su sardina. No existen públicos que pidan unas cosas u otras, sino que a través de determinados mecanismos, basados casi todos en la ignorancia de los espectadores, se les ha ido aleccionando, “domesticando”, para que valoren como bueno lo que es simplemente baratijas de toreo. El toreo es uno y sucedáneos hay muchos. Del mismo modo que la ópera es una y no se les ocurre a tenores y sopranos ir creando clientela a base de subterfugios o aproximaciones a canciones tipo “Adiós don Pepito...”. De inmediato, para los más nerviosos, diré que si Plácido Domingo, Carreras o Pavarotti han hecho incursiones a las canciones típicas italianas o mexicanas, por poner un ejemplo, lo hicieron con todo lujo de detalles: es decir, anunciando previamente lo que iban a hacer y el significado de ello. No es el caso en los toros. Los toreros, lejos de Madrid y poquitas plazas más, -y aún así- no anuncian que en Pontevedra, Benidorm, Medellín, Ciudad Juárez o Riobamba van a realizar un toreo menor, sino que ejecutan el que les parece más apropiado para guardar las apariencias, lo venden como bueno y, lo que es peor, presumen de él y de los triunfos que consiguen. En ninguna otra profesión se hace tal alarde de fantasía, por no llamarle de otra manera, como pudiera ser farsa. Llegando a creer, por imposible que sea, que los públicos exigen un tipo de toreo, ¿alguien sería capaz de identificarlo?: los de Barcelona, prefieren el paso atrás... los de Vitoria, banderillas a toro pasado... por Úbeda, lo que les gusta son los puyazos traseros... en Riobamba, prefieren los toreros con el capote a la espalda... en Medellín, les privan los bajonazos y casi se puede decir que en Sevilla, gustan de ver torear con el pico. ¡No me hagan reír!. Todo eso es una falacia y además un chiste de muy mal gusto. Pero aún pensando como decíamos, que fuera cierto, ¿es esa la motivación que deben asumir los toreros?. Los toreros deben de ser honestos consigo mismo, con la profesión que ejercen e intentar que el toreo sea lo más puro posible en todas sus actuaciones. Con ello se conseguiría que el toreo, el auténtico, llegara a todas partes; lo asimilaran los públicos de cualquier plaza y de ello fueran poniendo los pilares de su afición y conocimientos. Es penoso ver como se las gastan los toreros en las plazas y cómo esos públicos, entendidos por supuesto en esas lides, les piden, por ejemplo, el salto de la rana. El torero lo hace y el público asistente tan contento. Pero ¿qué fue antes la ejecución del salto de la rana o la petición del público?. En la respuesta a esta sencilla pregunta están todas las respuestas a cuanto antecede. Los públicos no suelen reclamar lo que ignoran. Un run run mediático les aproxima a determinados conocimientos superficiales de lo que es el toreo y eso mismo les viene de perlas a los toreros. Nada enoja más a un torero que las exigencias en una plaza de un determinado sector de público. Pero, ¿exigir un toro en plenitud es un desafuero? o ¿exigir que no se utilice el pico descaradamente es un sacrilegio?. La comodidad con la que se circula por casi todas las plazas les hace incluso olvidar cómo es el toreo de verdad, el de siempre. Y, aún admitiendo que son los públicos los que piden, mandan y exigen, ¿es entonces posible que sea en una sola plaza donde no les gusta que el público pida una determinada forma de torear?. ¿Discriminan según sean los públicos, ya sean tolerantes con sus formas o intolerantes con ellas?. Vuelvo al principio. Los toreros deben de torear como se debe, entre otras muchas cosas con toros íntegros, y los públicos debemos asimilar, más deprisa o más despacio, cuales son esas voces y esos cantos, -perdón estaba pensando otra vez en los tenores, sin tener que rebajarse a cantar simplemente “Mi carro...”-. Si se es tenor, en tus actuaciones, no se canta “mi carro...” y si se canta mi carro, no se es cantante de ópera o se está en la ducha solamente. Ser torero es tan serio o más que tenor. Debería bastar el respeto a su rango para saber qué partituras hay que cantar o torear y a los públicos enseñarles cual es el verdadero toreo o canto. Refugiarse en aquello de “lo que piden los públicos...” es un disparate, si bien se ajusta a lo que ellos prefieren. Antes de terminar, no quiero dejar pasar el decir que no todos los toreros en la historia se apoyaron en esto que aquí se ha comentado, sino que hicieron de su carrera una doctrina y como tal exhibieron, en más o en menos, por todas las plazas, su interpretación cabal del toreo auténtico. |
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