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En estos días, cuando la Feria de San Isidro acapara la atención del mundo entero, hemos creído conveniente traer a debate una de las características que más polémicas levanta: su famoso tendido siete. Queremos que todos tomen partido en este nuevo debate que les ofrecemos. Pero también hemos querido que se haga una reflexión serena sobre lo que es y lo que significa el conocidísimo tendido. Por eso, hemos considerado conveniente invitar a alguien que pueda decirnos, desde la perspectiva que dan los años sentado en sus aledaños, qué es el siete, quiénes lo forman y si es negativa o positiva su presencia. Creemos, sinceramente, que la exposición que hace D. Adolfo Jiménez, aficionado y ex vicepresidente de una de las peñas más antiguas, “El Puyazo” es casi un tratado, una radiografía del siete que puede abrir los ojos a muchos que solo lo conocen de oídas y que haga reflexionar a otros que tienen ideas preconcebidas sobre los aficionados que lo pueblan. Para unos y para otros, he aquí una ocasión para conocerlo mejor y pronunciarse después en la encuesta que lo acompaña. Debatir es contrastar las ideas y eso es posible gracias al espacio que cedemos a nuestros lectores y posicionarse, tomar posición ante algo, también lo hacemos posible con la encuesta. Contamos con que todos hagan suyo el debate y nos den su opinión y posición al respecto. San Isidro somos todos y Opinionytoros quiere que en él participen los aficionados. “EL TENDIDO SIETE DE LAS VENTAS” Mucho se ha hablado y escrito sobre el tendido siete de Las Ventas en Madrid. Casi siempre para mal; casi siempre para demonizar, casi siempre para desacreditar, cuando no para, directamente, insultar. Poco, sin embargo, se ha utilizado el análisis y la reflexión para dar cauce a las críticas o, si cabe, la alabanza. Hoy, en esta oportunidad que me da Opinión y Toros, trataré humildemente de, alejado de polémicas, retratar ese tendido tan famoso. La primera imagen que se me viene a la mente es la de este tendido en cualquier festejo fuera de San Isidro: de todos los de la plaza, el más concurrido. A lo largo de este escrito se sabrá la razón. Los demás, como de temporada, son ocupados por unos y otros según la temperatura; el siete no. Su temperatura la da el estar al calor de lo que podríamos denominar “el sentirse arropado”... por la afición. Difícil será una tarde aburrida si usted ha caído, aunque sea por casualidad, en el famoso tendido; de cualquier compañero de localidad que le toque, podrá aprender. Distinto será en San Isidro, pues si no se es abonado o muy aficionado, será difícil acudir allí. Sin que nadie lo diga ni exija: hace falta carné que avale los conocimientos. Yo, que siempre los he tenido a mis pies, desde la grada del siete, lo se muy bien. Tiene gracia, los del tendido siete a mis pies. Con lo que les gustaría eso a las figuras y a los taurinos, además de a los ganaderos. Por esa razón, las docenas de años que me han permitido ver los toros desde la grada siete, puedo tener alguna autoridad para decir lo que es el tendido siete. Empecemos entonces: el tendido siete no existe, es fruto de la imaginación de la gente. Cierto es que está allí, y son de piedra sus incómodos asientos, y en las barreras, que dan al callejón, llevan marcado el guarismo “7”; todo eso es cierto, pero no existe como un ente, una agrupación, una peña, una asociación, ni tan siquiera como una corriente. No existe, sin más. Quizás, para muchos, sea de interés que exista, tal como lo tienen acuñado “El tendido siete”, pero, al caer la tarde, cuando todo se acaba y cada espectador enfila la puerta de salida y coge la calle de Alcalá o el metro, ese “tendido siete” se deshace como un azucarillo y no vuelve a aparecer ante los ojos de los que les critican, -insisto, que para los demás no existe- hasta que una nueva corrida se vuelve a dar y en ella aparezcan signos de alguna manipulación. En ese momento, aquellos que quisieran que la tropelía se consumara, vuelven a ver el “tendido siete”. Sólo ellos lo ven. Desde pequeño acudía a esta plaza de Madrid, -me acerco ya a los sesenta- y de ese cotidiano asistir fui configurando sus tendidos, sus rincones, sus lugares todos. Era evidente, siempre igual: la sombra para el 9,10, 1 y 2; el sol para el 4, 5, 6 y 7; y entre medias, a dos tendidos les tocaba aparecer en los carteles como sol y sombra, el 3 y el 8. Y era verdad, no engañaban ni los carteles ni el precio. ¡Ay, el precio!, diferencias abismales. Y uno, en aquellos años mozos, no disponía -ni ahora tampoco- para situarme en los tendidos de sombra, así que había que despabilar. Conociendo la plaza como la conocía, fui priorizando las ventajas y desechando inconvenientes. Me incliné en las ventajas por aquellas referidas a lo taurino y deseché, para mí algo muy lógico, aquellas otras que solo se referían al aspecto climatológico. Cuestión de pareceres, pero también de afición. Una vez sabido el dinero disponible, supe que lo mío era el sol; una vez cimentado mi conocimiento de la plaza y de las normas del toreo, era necesario escoger el siete. En el cuatro da más pronto la sombra, pero todo cuanto sucede en la lidia se hace junto al siete. No había dudas, por el mismo precio, elegía afición en lugar de comodidad. Cuanto que hubo tesorería suficiente para sacar abono, tenía muy claro el lugar elegido de la plaza: el siete, su grada. Tengan en cuenta que la suerte de varas ha de realizarse entre él y el ocho; que el burladero de matadores se encuentra a un paso, entre el ocho y el nueve; y, naturalmente, los matadores tienen querencias, como los toros, y suelen girar sus saludos capoteros y faenas alrededor del burladero de referencia. Por si fuera poco todo eso, la Puerta Grande está ahí en el siete, para ver salir triunfantes a los toreros buenos. Todo esto, casi es un tratado de conocimiento de la plaza, pero para ello, para conocerla hay que acudir muchas veces. Esa misma asistencia te da los conocimientos, los unos y los otros. Para eso asiste uno mucho: para empaparse de todo. Dicho todo esto, es fácil deducir quienes son los que pueblan ese sector de la plaza; blanco y en botella: los que más van y saben buscar el mejor sitio para presenciar la lidia. Sólo se podrá poner un pero, y ese afecta al bolsillo. Se puede tener visión igual en el nueve o diez, pero ahora mismo les digo la diferencia: tres veces más de valor de las entradas (un tendido medio, hoy, de 15 a 45 euros). Llegado a este punto, aparece otra conclusión. Además de ser menos las gentes que disponen de esos dineros, también son menos proclives, los adinerados, a manifestarse en una plaza o cualquier otro lugar, ¿o es que alguien ha visto alguna manifestación de protesta, donde todos lleven corbata y trajes de Armani?, A más dinero, más ocupaciones y más opciones donde gastarlo. Eso impide verles con más asiduidad en las localidades. Nueva conclusión: si van menos, ¿qué razón les asiste, luego cuando hay discrepancias, para pensar que saben más?. Y los aficionados de verdad, que los hay, por la primera razón, se les oye poco. Una vez definida la estructura de los espectadores que pueblan el famoso tendido siete de Madrid, se hace más fácil comprender cada una de sus posturas. Exigen, pues saben mucho de esto, que queda avalado por haber elegido ese abono tras visitar la plaza muy a menudo. Protestan, pues saben de lo que va y conocen sus derechos. Son celosos del toro que ha de salir, pues como aficionados que son, requieren el toro íntegro para dar sentido a cuanto ha de venir después. Rigurosos con los toreros, sobre todo con los anunciados en San Isidro, pues conocen las condiciones de todos los matadores que pueblan el escalafón y con ello, tienen escalafón propio, que no coincide en casi nada con el que se nos ofrece en el carrusel en el que están montadas las ferias. Y sueñan y luchan, y eso nunca será un delito, por una Fiesta mejor y más digna. El siete es eso y algo más: una referencia a seguir, una reliquia que da sentido a la Fiesta, cuando el público asistente tenía participación. Ahora, un montón de cursis, creen que hay que reinventarla dándola un sentido diferente; silencio mientras se perpetra el fraude y luego, si le quedan ganas, a reclamar. ¿A dónde me pregunto yo?, cuando todas las revistas aduladoras hayan inundado sus portadas con las salidas en hombros o paseando las orejas al defraudador, a dónde hay que reclamar. Pueblo esa zona del siete, soy uno más. Ni una voz me habrán escuchado jamás, luego es incierto el tachar de reventadores a cuantos pueblan las localidades “escogidas” de ese número 7 que tan difícil digieren los figurantes -es decir, los que rellenan- del resto de la plaza. Cuando un cualquier domingo de agosto, todos ellos no están, siempre podrás ver, allí, aprendiendo de toros y de toreros, un día más, a cualquiera de los odiados del siete. El siete es la suma, así de claro, de la afición de muchos cientos de aficionados de siempre en Madrid. Eso les une, nada más... y nada menos. Unos conocimientos arraigados en una afición señera, en muchos casos heredada de sus mayores, que sigue teniendo a bien entender de toros y de toreros (razón importante, cuando saben que en el ruedo hay algunos -toros o toreros- que tienen muchos menos méritos que otros que ellos conocen, aunque los desconozcan en el resto de España pues no pertenecen al circuito ferial) y que no quiere perder aquello que ama: una Fiesta de verdad, donde el toro ostente el papel tan importante que le corresponde. Tras sus abonos está la experiencia y a pesar de haber mejorado económicamente, muchos ya no se marchan de allí. No soportan compartir localidad con algunos de los que allí van a figurar. Como en todo, los hay gritones, inoportunos, insolentes, educados, generosos, sensibles, silenciosos; de esto último, tanto o más que en otros tendidos, doy fe, pero el peso no está en sus protestas aunque eso es lo que se ve y se oye; su peso está en que es la afición más entendida y con más horas de vuelo de Madrid. Y diciendo Madrid, se dice el mundo, pues no hay lugar donde se den más festejos, festejos que utilizan, utilizamos, para seguir aprendiendo cada día más. Yo, que los tengo a mis pies, en este trabajo solicitado para Opinionytoros, pido un respeto para el único público al que de verdad le preocupa la Fiesta. Luego si dos o tres, cinco o seis, no son de su agrado, tampoco lo son para mí muchos de los que están en los gobiernos y no por ello dejaré ni tendré que seguir respetando su autoridad. No voy a acudir a la frase ya famosa de: "si no existiera el siete, habría que inventarlo", pero como ya está inventado, lo que hay que hacer es respetarlo y, a ser posible, ampliarlo y hacerle universal. |
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