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Hoy, excepcionalmente, y con motivo del homenaje especial que le dedicamos a D. Joaquín Vidal, esta sección de “División de Opiniones” da cabida al primer homenaje que recibió la memoria del maestro tras su muerte. Fue una conferencia de nuestro director, celebrada en Talavera de la Reina, el 30 de Abril de 2002. Creemos que, aunque siempre figuran firmas invitadas, era esta una exposición que nos permitía llegar al debate deseado sobre su trayectoria como periodista y cronista taurino. Todos, después, tendrán ocasión de expresar lo que piensan de él en la sección de comentarios, así como posicionarse en la encuesta final sobre la consideración que como crítico taurino les mereció y aún hoy les merece. CONFERENCIA: Yo no soy Joaquín Vidal... Ni siquiera quiero que me conozcan como periodista o escritor... Sin embargo, a lo que no renuncio es a que me consideren aficionado. No es casual que sea Talavera y en Talavera donde tenga lugar este acto. Primero de los que posiblemente se sucederán. Dos hitos marcan su compromiso con la historia de la Tauromaquia: Por un lado la muerte y por otro, el nacimiento a la vida. Nos referimos, como ustedes ya habrán adivinado, a la trágica muerte de Joselito y al orgullo que sienten por ser la cuna de Gregorio Corrochano, pionero en cuanto a la crítica taurina. Motivos ambos que hoy nos unen a todos los presentes: el amor a la Fiesta en toda su máxima expresión, la autenticidad, y el homenaje a Joaquín Vidal, un crítico deslumbrante y realmente excepcional. Al conjunto de lo escrito y de lo que posteriormente, en más detenido estudio, vamos a tratar, quiero titularlo, con el debido respeto, con permiso de los taurinos y si, con el tiempo, su obstinación no lo impide... JOAQUIN VIDAL. PUNTO Y SEGUIDO Decía, que no renuncio a ser aficionado. Esa es la clave, esa es la verdadera fuerza e historia de nuestro protagonista: Joaquín Vidal era, ante todo, aficionado. Y no crean que es poca cosa, ya que para quien les habla, pero fundamentalmente para el maestro Vidal, ese era, y es, el principio y la base de todo. Sin ser aficionado a la máxima autenticidad de nuestra fiesta, no se puede escribir ni hablar de toros y de toreros. Es el único requisito imprescindible. Sin embargo, si es posible prescindir de otros aspectos. Se puede prescindir de la relación con los taurinos, de la amistad con los toreros, del servilismo hacia el poder, de la connivencia con los ganaderos, de la vanidad, de la fama y del figurar; inclusive de los logros materiales; es decir, del dinero. Pero no se puede prescindir de ser un auténtico aficionado; incluso aunque uno no volviera a asistir a las plazas, seguiría con el bagaje, con el talante, mitad romántico mitad apasionado, que representa ser aficionado. Todo ello conforma la estructura, la base de un criterio, único y definido. Ese criterio no nace del reconocimiento que da el dinero ganado, ni la tribuna que se pueda usar, ni la relación con los mandamases del tinglado taurino. Nace y se hace de la relación con el lector y con la afición. Únicos a los que hay que servir y lo que verdaderamente puede justificar que uno se juegue hasta la vida -agresiones para con los críticos no sumisos, las hay- para trasladarles la opinión sincera y honesta sobre lo que cada tarde acontece. Si alguien era así, si alguien alcanzó ese reconocimiento de los aficionados y lectores de todo tipo, y a lo largo del ancho mundo taurino y literario, ese fue, sin duda, D. Joaquín Vidal. El maestro Vidal. Por eso, quien hoy humildemente les habla, pretende y quiere ser sólo aficionado. No existe mejor título, pasaporte, ni legitimidad para hablar de toros y de toreros. Sin las ataduras que supone tener que defender un sueldo o una tribuna, lo que inevitablemente te ha de llevar, si no mantienes a todo trance tu independencia, a despojarte de la condición esencial de aficionado, pasando a ser un vulgar estómago agradecido. Cada crónica, cada trabajo en la prensa, ya sea escrita o hablada, ha de nacer de las sensaciones vividas. Y estas no te pueden confundir, no te pueden equivocar. Como ejemplo de lo contrario, esa tan reiterada justificación del quehacer de los toreros que padecemos en las retransmisiones televisadas. Tanto es así, que nunca hacen nada mal; si no hay lucimiento, la culpa será del toro, cuando no de la intransigencia de los aficionados. Digo yo, ¿qué baremos tan raquíticos utilizan en sus estados sensoriales para no observar ningún fallo, y lo que es mucho peor, la falta de autenticidad en lo que realizan? ¿Cabe que un aficionado cabal no vea nunca fallos o ventajas en la interpretación de las suertes por parte de los toreros?. No cabe, salvo que le pueda más el interés por protegerlos. De esta guisa, hay que convenir que cualquier aficionado tiene que transmitir sincera y honestamente lo que haya pensado o sentido. Si el aficionado tiene, además, la obligación de escribir, esos sentimientos y sensaciones, avalados por sus conocimientos en la materia y sus dotes de escritor, serán los mensajes que ha de trasladar a sus lectores: lo sentido y vivido, no aquello que pueda beneficiar a cualesquiera de los protagonistas. Esa es la misión de servicio que se adquiere al escribir. Hurtar su verdadera visión de lo sucedido, es un fraude en toda regla. El maestro Vidal nos regalaba de forma audaz y vibrante, no exenta del rigor más escrupuloso, la versión vivida como aficionado en esa tarde de toros. Todos, “veíamos” la corrida a través de sus escritos. La pasión desnuda de un aficionado, que cuenta, a la salida de la plaza, su alegría o desencanto. Para el aficionado, Joaquín el que más, sí cabe que se ponga de manifiesto todo aquello que altere, modifique o perjudique el sentido y pureza de la noble lucha entre el toro y el torero. Esas son las inquietudes de todo aquel que presuma de aficionado. Si eran feroces sus denuncias contra tanta corruptela y tropelía, era aún mayor su canto cuando surgía El Toreo con mayúsculas. En esa doble dirección volcaba sus afanes, convencido que cuanto más auténtica fuera la Fiesta, más cerca se estaba de lograrse el milagro que representa el toreo. Ser asalariado es otra cosa, que hasta puede justificar, posiblemente, que por el salario se oculte o no se difunda todo aquello que, siendo fraudulento, se les hace necesario para la obtención del salario. Todos juntos, como una empresa o un equipo, amparan y justifican los métodos y medios que utilizan para saciar sus respectivas ambiciones unos, o simplemente sus salarios los otros. Muchos escribidores, necios ellos, sólo lo hacen, incluso, por míseros salarios. A esta “película” podríamos llamarla: El salario del necio. También niegan sus crímenes o fraudes aquellos que los cometen, deseosos de salvar el pellejo; prisioneros de sus deseos e intereses, no de la justicia debida. Pero que la prensa participe y desee lo mismo que el juzgado, da que pensar. ¿Quizás otro salario?. Hace falta mucho valor para reconocer y proclamar, de forma libre, los manejos que utilizan para conseguir sus fines; valor que los escribidores no tienen. Valor y verdad en la actuación de los toreros, que después no saben identificar, confundiendo a todos. Lejos de la verdad en la vida, terminan por no saber distinguirla en el ruedo. Será cuestión de apreciación desviada, pero, también, cuestión de principios. Decíamos que para escribir o decir la verdad, hace falta mucho valor. Recuerdo que el maestro Vidal decía: Torear bien es muy difícil y, además, muy peligroso. Esta frase traída en su recuerdo, dice muy a las claras el respeto y tributo de admiración que profesaba a los toreros en su lucha con el toro. Pero no de una forma gratuita, sino como el máximo exponente de la defensa de la autenticidad del arte de torear. Utilizada su segunda lectura, -a la que Vidal era muy dado- muestra que las posiciones acomodaticias para con la integridad de los toros y las ventajas en el torear, no podían ser causa de admiración ninguna, o si acaso, les correspondería una admiración menor. Pero él amaba y deseaba la sublimación del arte de torear, no de cualquier cosa por muy parecida que fuera, aunque les parezca ideal a los que defienden la monotonía y vulgaridad en la que han devenido las corridas de toros. De ahí su impenitente reclamo hacia la interpretación de las suertes en su mayor pureza. Su encendida, apasionada lucha, por el mantenimiento de la pureza e integridad de las suertes, le granjearon numerosos enemigos entre el taurinismo reinante, que veían en él un indomable, imposible de ser absorbida, como con tantos otros, su voluntad denunciadora. Autoridades, empresarios, apoderados, toreros, ganaderos, taurinos en general -con o sin graduación-, tenían en Joaquín y en sus escritos el acta notarial de sus irresponsabilidades, incompetencias, mediocridades y vulgaridad; o, en otros casos, sus atropellos a los espectadores, a las normas, al Reglamento, incluso al conjunto de la ley. Sólo recibían su encendido apoyo, aquellos que pagaban sus entradas y decían ser, y lo eran como él, aficionados. Los otros, que llenaban las plazas en días de feria, aún pagando, esos -que por cierto le daban el coñazo y el tostón junto a su localidad- iban a aplaudir a las figuras y aplaudían; no necesitaban apoyo, en todo caso, formación e información. Sería que no tenían la buena costumbre de leer a Joaquín. ¡Peor para ellos!. Algunos, bobalicones sorprendidos, ahora, tras la conmoción de su pérdida, preguntan ¿Pero tan importante era el crítico de El País?. ¡Pobres!. Ese es el legado, testimonio vivo, que nos deja el malogrado maestro de la crítica taurina. A menudo, solía escribir o comentar que el toreo se asentaba en: parar, templar y mandar. Para él, en este homenaje sentido que hoy le dedicamos, quiero cambiar esos tres verbos tan toreros por tres columnas donde asentar su forma de ver y sentir la fiesta de los toros: coherencia, consecuencia y resultado. De esa secuencia: la coherencia en sus principios de crítico y siendo consecuente, se llegaba siempre a un resultado. Resultado absolutamente lógico que le proporcionaba, a él y a los que le leían, una contundente realidad: no podía haber engaño. Vean sino como cogiendo el primero que describo: Criterio uniforme pero abierto (existía un criterio para juzgar pero se flexibilizaba para adecuar a cada circunstancia, sin prejuzgar a ninguno), llegaba consecuentemente a la amplitud en sus objetivos (no solo quería conocer la realidad de algunos de los toreros, sino de todos), y tras ello se obtenía un resultado, la valoración individual, no a través del puesto en el escalafón (lo que le permitía valorar justamente a los toreros sin distinción del puesto que ocuparan). Sobre cada concepto de los a continuación descritos y en la misma secuencia, quiero volcarles a ustedes, de forma únicamente verbal y sentida, lo que representaban para la forma de hacer del periodista Joaquín Vidal. (Los lectores de ahora, si lo desean, pueden hacer un ejercicio de aproximación a través de ir colocando los conceptos en tres columnas y por el orden más abajo establecido. Seguramente muchos llegarán a interpretarlos tal como yo los expuse en la conferencia. A modo de ejemplo, en segundo lugar de cada una de las columnas figura: Abonado en Las Ventas – Ve todo el escalafón – Pondera y elige. Toda una lógica que le permitía no tener que hacer seguidismo de los que torean todos los días; él sabía los que valían mucho y los que valían menos. En las siguientes tres columnas, tres títulos de crónicas suyas, tres maravillosos elogios y ninguno a figuras, sino a toreros con méritos que es diferente). Coherencia Criterio uniforme pero abierto Abonado en Las Ventas “Sánchez Puerto, todo un torero” Enamorado del toreo puro y auténtico Humor e ironía Estilo literario propio Constancia del herrero Aficionado Sabio e independiente Posicionado y comprometido Conocimientos y defensor de la Fiesta Consecuencia Amplitud de objetivos Ve todo el escalafón “Opositor a cátedra” Decepción por pegapases Crónicas entretenidas Lectores agregados Una forja adecuada Independencia Huir del taurineo Temido y odiado Matrimonio indisoluble y duradero Resultado Valoración individual, no escalafón Pondera y elige “Un tal Vázquez” “La Reserva del Toreo” Afán por la lectura Nuevos aficionados Perfección de las formas Persecución que le fortaleció Crédito y garantía para el lector “La playa y el acantilado” Hasta que la muerte nos separe Por el conjunto de principios, conceptos y virtudes descritas, columnas de su forma de entender y sentir la fiesta, que en nada tienen que envidiar al parar, templar y mandar, JOAQUIN VIDAL ES IRREPETIBLE E IRREMPLAZABLE. Comenzaba esta exposición diciendo: Yo no soy Joaquín Vidal... No crean que lo hacía gratuitamente. Muy al contrario, es una de las frases que más me tocó repetir a lo largo de los años ochenta. Por aquellas fechas yo colaboraba en distintos medios escritos, lo que sabido por vecinos de localidad en Las Ventas, me reconocían como periodista. Como quiera que a lo largo de los festejos de la feria, mis comentarios sobre lo que acontecía eran enteramente coincidentes con el hilo conductor de la crónica que Vidal al día siguiente publicaba, y dado lo poco que a él le gustó figurar y ser conocido, esto provocaba que buenas gentes pensaran que con el seudónimo de Joaquín Vidal escribía yo en El País. Y tuve que repetir muchas veces, algunas sin que me creyeran: yo no soy Joaquín Vidal; es aquel que se sienta en el tendido bajo del 10. Evidentemente no lo era. Pero como si lo fuera. Pues sin serlo, somos legión los que opinamos que la defensa de la fiesta auténtica es la única obligación de quien se siente aficionado o escribe. Solamente hace falta que se nos note, adquiriendo el mismo compromiso que él defendía. Y para ello, como muestra, este sentido homenaje al maestro. Por eso digo: yo no soy Joaquín Vidal; ya que Joaquín Vidal somos todos. Todos ustedes. Convengamos, entonces, que el maestro Vidal era, es y será, para tormento de muchos, un PUNTO Y SEGUIDO. Talavera, 30 de Abril de 2002 Antolín Castro Cortés |
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